Ella: Brus Esprintin me ha invitado a una cerveza.
Yo: Venga, hombre. Será un Bruce Sprinting. Un tío parecido a él, vaya.
Ella: No, no. El auténtico.
Estas cosas pasan en Bruselas. Y ahí tengo a mi amiga medio flotando incrédula y dándose golpes en la cabeza porque a pesar de recibir la invitación y después de haberle estrechado las manos diciendo You are The Boss, el jefazo, nunca se presentó a la cita. O más bien, llegó tarde. Estas cosas solo le pasan a ella.
Y a mí, ¿qué cosas me pasan a mí? No muchas. Ir por la calle zampando un plátano y gritarme un obrero que también come uno desde lo alto del andamio: ¡Eh! ¡Banana power! Y yo: ¡Viva el plátano amarillo! ¡Mueran los hombres verdes! (supongo que dije eso por todas las veces que me lo he callado).
También… ver a una mujer en la puerta de mi casa contándome que se le ha perdido su bolso. Es gris y quizás esté llorando en su jardín. Ah, ok. Gato y bolso en francés se pronuncian parecido. Y esto me recuerda un chiste que contado con salero puede ser muy resultón en una cena cuando llega el café con pastitas y licor. Siempre habrá un experto en chistes que acaparará la atención. Por eso, para intervenir, se debe tener alguno propio en la retaguardia. Dice así.
Esto es (siempre empiezan así), esto es un bonaerense que dice, Yo tengo un gato que dice, este, miau. Y un madrileño: pues egque mi coleguita tiene un perro que dice guau. Y llega Celia Cruz: Pues yo tengo un tarro que dice AAAASÚCAR.
Hay que contarlo caracterizando bien los personajes, imitando lo mejor posible cada acento y sobre todo riéndote tú el primero, ya que las series americanas nos enseñaron que para hacer reír al espectador es totalmente imprescindible poner risas y aplausos de fondo.
Me despido porque tengo un estómago que dice ¡¡¡COMIDA!!!
Yo: Venga, hombre. Será un Bruce Sprinting. Un tío parecido a él, vaya.
Ella: No, no. El auténtico.
Estas cosas pasan en Bruselas. Y ahí tengo a mi amiga medio flotando incrédula y dándose golpes en la cabeza porque a pesar de recibir la invitación y después de haberle estrechado las manos diciendo You are The Boss, el jefazo, nunca se presentó a la cita. O más bien, llegó tarde. Estas cosas solo le pasan a ella.
Y a mí, ¿qué cosas me pasan a mí? No muchas. Ir por la calle zampando un plátano y gritarme un obrero que también come uno desde lo alto del andamio: ¡Eh! ¡Banana power! Y yo: ¡Viva el plátano amarillo! ¡Mueran los hombres verdes! (supongo que dije eso por todas las veces que me lo he callado).
También… ver a una mujer en la puerta de mi casa contándome que se le ha perdido su bolso. Es gris y quizás esté llorando en su jardín. Ah, ok. Gato y bolso en francés se pronuncian parecido. Y esto me recuerda un chiste que contado con salero puede ser muy resultón en una cena cuando llega el café con pastitas y licor. Siempre habrá un experto en chistes que acaparará la atención. Por eso, para intervenir, se debe tener alguno propio en la retaguardia. Dice así.
Esto es (siempre empiezan así), esto es un bonaerense que dice, Yo tengo un gato que dice, este, miau. Y un madrileño: pues egque mi coleguita tiene un perro que dice guau. Y llega Celia Cruz: Pues yo tengo un tarro que dice AAAASÚCAR.
Hay que contarlo caracterizando bien los personajes, imitando lo mejor posible cada acento y sobre todo riéndote tú el primero, ya que las series americanas nos enseñaron que para hacer reír al espectador es totalmente imprescindible poner risas y aplausos de fondo.
Me despido porque tengo un estómago que dice ¡¡¡COMIDA!!!
1 comentario:
Joé qué envidia, madre!!!!!!
Pasarlo genial!!!!!
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