jueves, 19 de junio de 2008

Molesta mucho. Primera parte.

Hay momentos del día a día, de la cotidianidad de la vida ésta que me ha tocado vivir (tan ricamente) que me molestan hasta un punto como para plantearse la venganza contra... no sé muy bien contra qué o quién. Pero yo metía una cabeza de caballo en la cama del culpable. Momentos desde los más absurdos que se curan tomando un bombón (para quitarse el mal sabor de boca) hasta los más graves que pueden incluso ser susceptibles de asistencia psicológica.

Entre los primeros podemos encontrar los engaños de anuncio, de envoltorio. Así, cuando tengo mucho hambre y veo en la tele una hamburguesa recién hecha, la quiero conmigo ya mismo. Si ese deseo se cumpliese podría comprobar in situ que la representación de la realidad no es más que eso, una aproximación a la cutre realidad. Mi hamburguesa no tiene el mismo filetón, ni esa lechuga fresca y tomate rojo pasión, ni un queso cheddar fundido que se desborda. No. Todo ha quedado bajo la apisonadora. Las rajas de tomate así como de pepinillo son tiras traslúcidas. Todo ha quedado reducido al máximo. En términos culinarios se diría que es una receta minimalista.

Lo mismo ocurre con las bolsas de patatas. En el envoltorio tienen un aspecto impresionante. Forma perfectamente ovalada, color natural con su aceite de girasol (las de oliva ya son de categoría superior) y sabor… no estoy hablando del sabor (Eso no se ve). Abro y ¡oh decepción! La bolsa está llena al 50%. Y de ese porcentaje otro 50% ha quedado hecho picadillo. Son polvo y en polvo se han convertido.

Otro triste momento y memento es el fraude del huevo kinder. Provoca rabia y consumismo. Es una chocolatina ahuevada que en su interior alberga un huevo de plástico amarillo que yo solía guardar para guardar mis cosas (mini cosas). Se anuncia como tres en uno: chocolate (con leche solidificada), sorpresa y regalo. El regalo actualmente es uno de los Simpsons, algo que hace que el consumidor actual sea toda la población (no solo los niños).
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Venden paquetitos de tres. ¡Viva! Me lo llevo. Pero regalo dos y me quedo con uno. Me toca el cochecito dividido en doscientas piezas con instrucciones para montarlo. Maldigo mi generosidad y me compro otro huevo. Quiero, mínimo, al señor Burns. O a al pequeño Ralph (le adoro). Pero tampoco. ¿Qué me sale ahora? Un avión azul y blanco feísimo. Me resigno a montarlo y se me parte la hélice. Lástima. Me compro otro kínder sorpesa. A la tercera va la vencida... O no. Tiene que ser una cuarta vez, un cuarto huevón. Cojo a Milhaus, le meto en el avión y se produce un accidente aéreo en extrañas circunstancias.

Nota de la autora: aquí un link sobre una curiosa teoría del anuncio del huevo kinder.

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