lunes, 26 de abril de 2010

Estreno de temporada

Se abre la puerta.

Vecino: ¡Cómo estás!
Vecina: Muy bien.
Él: No era una pregunta. Era una exclamación.
Ella: Ah... pues gracias.
Él: Las que tú tienes y a mí me faltan.

Ella sale del ascensor. Ha quedado a las 9 y ya son las 9:10.
Él entra en el ascensor. Sube al 2ºD y se pone las pantunflas.

Hace varias semanas me preguntaba un niño de 3 años: ¿qué es un turista? Pues muchas cosas. Un turista es, por ejemplo, alguien que se pasea fuera de su lugar de origen. Allí, sea donde sea, observa el paisaje y sus componentes. Les hace fotos. Intenta comprender el funcionamiento de lo que le rodea. Mira cómo trabajan los demás. Cómo viven. Cómo son. Cómo se relacionan y divierten. Y ese estar de paso le da ciertos privilegios pero también le quita otros.

Después de una temporada larga como turista, ha llegado el momento de entrar en una agradable rutina. De cruzarse a vecinos en el portal y de disfrutar de las conversaciones al llegar a casa ("¿Qué has aprendido en clase hoy?" "Las características del cangrejo cacerola"). Los planes de fin de semana: ¿Un baloncesto? Tres contra tres. (Este equipo post universitario promete). Los paseos por la Pedriza (con los Liam y las cabras) y un objetivo a medio plazo: recorrer la Cuerda Larga. Las noches de teatro improvisado en Tribunal: piensa en un título, escríbelo en el papel y mételo en la caja de cartón roja, pero no llames tonto al presentador. Preparar una fiesta de cumpleaños (¡Ya 30 tacos! Eso quiere decir que yo cumplo...).

Cuando el tiempo pasa en terreno conocido las cosas parecen más fáciles. ¿Lo serán? ¿Haré yo por complicarlas?

lunes, 19 de abril de 2010

V(u)elo de retorno



Se acabó el viaje.
Estas mujeres vuelven a casa caminando firmes por la arena caliente.
Yo regresé flotando entre las nubes frías.
.
Sigo flotando.




















domingo, 18 de abril de 2010

El "aínda" de los huevos

Si alguien me dice: Llego de aquí a nada, yo entiendo que es un inervalo de tiempo muy breve dentro de la inmediatez. Pero en Mozambique no. Allí el tiempo avanza a otro ritmo. Igual que en Bélgica tienen mil y una formas para denominar la lluvia en función de la fuerza con la que caiga, la intensidad, el color y el entusiasmo o dedicación de las nubes para estamparse entre sí, en Mozambique hay un sinfín de maneras de dar a entender que no tengas prisa, que te quedes tranquilo, que ya están al corriente de la situación o quizás no, pero que no preguntes tanto.

Ejemplos hay muchos. Experiencias, agotadoras. Por eso, en la bolsa de mano, la paciencia es lo primero.

Ejemplo número 1 o el caso de los huevos estrellados.
Nos encontramos en un restauran en la Isla de Mozambique, histórica capital del país. Un lugar decadente y encantador. No hace tanto que comimos pero estamos muy cansados, ya se ha hecho de noche y hay que hacerle llegar algo al estómago para que no se queje. Como lo del tiempo de espera ya lo conocemos, y aquí el aperitivo no existe, pedimos algo rápido: tortillas de queso con patatas fritas.
Somos los únicos comensales. En esta increíble isla apenas hay turistas y la mayor parte de los habitantes no pueden permitirse salir a cenar.

Una hora y media más tarde cuando nuestro cansancio se ha zampado nuestra conversación y nuestra única distracción es mirar cómo sube y baja por la pared una salamandra amarilla, y después de preguntarnos por quinta vez por qué tardan tanto, sale el camarero. Dice que solo han podido hacer una tortilla porque los huevos de la segunda han salido estragados. A mí eso me suena a estrellados y comento: No pasa nada, yo me los como así. Me aclaran que no, que es que están podridos. Ofrecen cocinar un par de platos de langostinos que estarán listos de aquí a nada.
.
Esa noche compartimos una tortilla entre cuatro y un plato gigante de patatas fritas.

Ejemplo número 2 o el caso del costurero mentiroso.
La profesión de costurero está muy extendida. La ropa sale muy bien de precio pero el resultado es más arriesgado. En ocasiones es excepcional por lo bien que se ajusta a la figura y a veces te encuentras con una chapucería asombrosa que te dejan pensando, Yo no sé qué me ha medido este hombre. El costurero de al lado de casa se había comprometido a hacernos una falda y un vestido:
- ¿En siente días podría estar listo?
- Sí, claro.
- ¡Perfecto!
Le explico, Con esta capolana y esta tela negra lisa quiero la cintura aquí, tres botones a un lado, tal y cual.

Pasamos por el puesto dos días después del plazo acordado: ¡Hola! Venimos a por nuestros encargos. Nos mira sonríendo, Pues es que justo ahora no tengo la llave del almacén. Venid más tarde. Vamos más tarde y se justifica: La persona que puede abrir la puerta ya salió de su casa y está al llegar. "Ya salió" es un paso antes que “está al llegar”. Pero regresamos dos horas más tarde y allí no ha llegado nadie. ¿Pero qué pasa ahora? Como respuesta obtenemos un raquítico aínda. Se traduciría por un todavía. ¿Aínda qué? Pues que el vestido está sin hacer. Sin empezar. Es que os he engañado, confiesa el sastre abiertamente.

Nos vamos a casa con el aínda, con una sola (pero espectacular) falda, un trozo de tela y tres botones.

jueves, 15 de abril de 2010

O troco

El troco, ese concepto vaporoso, inexistente e invisible, esa ilusión que nunca llega. Nunca. El troco o cambio es una excusa perfecta para que, en un intercambio comercial, el que ofrece el servicio, se quede con la vuelta. Una forma recurrente de redondear los precios al alza.

Cuando pagas al taxista un trayecto por Maputo que son 90 meticais, al darle un billete de 100, lo más seguro es que no tenga 10 mt. de vuelta. El taxi es el lugar donde mejor te la cuelan porque, a diferencia de la panadería, al conductor no puedes decirle que vuelves al día siguiente a por lo que te debe. Y es así como a poquitos se va quedando con la propina que él decide agenciarse.

Ocurre que en ciudad pequeña no es extraño toparse con el mismo taxista de la última vez. A mí me pasó. Él exclama: Que coincidência! y comenta que se acuerda de mi porque, después de llamarle con prisa, tardé en bajar y cuando ya estaba dentro del coche, ya le había pedido disculpas y le había dado el papelito con la dirección a la que me dirigía, le pedi que aun no arrancara y subí a casa otra vez a por algo que se me había olvidado. Y yo le comenté que me acordaba de él por lo majo que fue al principio y cómo, con la espera, se le hinchó de tal modo la vena de la frente que parecía que iba a asomar un cuerno. Y me acordé mejor del señor conductor cuando a la hora de pagar tampoco hoy tiene cambio de 100 mt. Que coincidência!

Pero esto también pasa en muchos bares y en comercios donde a lo tonto vas diciendo, Total, no es tanto. De esa actitud, nace la costumbre de que al europeo, al turista, se le puede cobrar más porque, Total, piensa el mozambiqueño, para él no es nada y para mí, mucho.

domingo, 11 de abril de 2010

Muy femenina

La capolana es una tela de 180cm x 150cm que la mujer africana recibe en etapas señaladas de su vida como el nacimiento, la adolescencia o el lobolo.

Cuanto más días he pasado en Mozambique, más usos he ido encontrando a esta prenda.

Enrollada en la cintura hace las veces de falda, sin necesidad de pasar por el sastre. Puede llevarse en la cabeza y en función de la región se atará de una u otra forma. Cruzada en la espalda como una mochila permite llevar al bebé siempre consigo y atada por delante facilita el transporte de un kilo de mandiocas (si la cantidad de mercancía es superior, se subirá a la cabeza dentro de un cubo o cesto).

Una capolana puede convertirse en mantel para hacer un picnic sobre ella o en sombrilla: si la abres del todo y dejas que te cubra completamente te protegerá del intenso sol cuando viajas en pick up.

Es extraño que un mercado, por pequeño que sea, no las venda. Los diseños son variadísimos, las calidades son también diversas y su precio, para un euromonedero, es siempre asequible.

La capolana, sin saberlo, además de ser muy útil, decora el día a día. A la mujer. Al paisaje. Las fotos del viajero.