miércoles, 25 de febrero de 2009

Amor-odio

No estás atado a horarios; tienes tu coche. Tú decides tu música, la posición del asiento, el olor a tabaco o ambientador pino limón. Tú eliges si quieres llevar el maletero limpio y ordenado o lleno objetos inútiles que nunca utilizas pero son tuyos y ya viven ahí.
El autobús es otro mundo. Todo es imprevisible. Dependes de horarios. Si no llevas mp3, alguien pondrá la música de su móvil para que la oigas. Suele oler a champú por las mañanas y a sudor por las noches. No tienes asegurado un asiento y mucho menos su posición (¡¡odio ir de espaldas al conductor!!). Y, en general, se dan muchas más situaciones inesperadas entre los viajeros (también inesperados). Situaciones de tono cómico dramático como la siguiente.

Pareja, chico-chica, de unos 16 años se sientan a mi lado atrás del todo. Chico le da un beso a chica con tal intensidad y dedicación que parece devorarla. (Yo espero que quede satisfecho con ella; que no tenga más hambre para que no venga luego a por mí). Chico hace dos coñitas sobre los zapatos de chica y me mira con una complicidad que yo no quiero, gracias. ¡¡ZÁS!! Chico recibe una leche de chica que le advierte que a la próxima se baja a la calle. Yo observadora flipo con mi chupa chús preferido (de nata y fresa) que se deja consumir sin rechistar. Hay una próxima gracia de chico sobre los zapatos feos de chica. Chica se baja del autobús. Chico me mira y me pregunta: ¿Qué hago? ¿Me bajo y voy a por ella? Yo conciliadora digo que por supuesto. Chico se va corriendo detrás y quedan dos asientos libres a mi lado preparándose para vivir la siguiente historia.

Do you like to live where you live?


domingo, 22 de febrero de 2009

Te doy mis ojos. ¿Me das tu percusión?

Ayer estuvimos en un conciertazo (de Shaman Festival) en el que el batería era un chico ciego. Lo hizo impresionantemente bien. Deslizaba las baquetas por los platos con un dominio y una seguridad admirables. Fue el único miembro del grupo que no dejó de tocar en todo el tiempo.

Al final, mientras él seguía sumido en el éxtasis que le producen los directos, charlamos largo y tendido. Iban saliendo temas de conversación y me di cuenta de que la vista es el sentido que más exploto. El que más utilizo. Y el que creo que más echaría de menos si no lo tuviera. Pensé además que me habría encantado enseñarle las fotos que hice durante su espectáculo ya que la puesta en escena fue grandiosa. Quise prestarle mis ojos un rato para que lo viera... Sin embargo, ¡¡¡él tiene la percusión!!!

miércoles, 18 de febrero de 2009

Realidad


Acaban de venir a verme. Un trocito de mi realidad de España (mi yo allí) se mezcla con mi otra realidad (mi yo en Bruselas). Es como las personas de la foto en relación a sus siluetas. Todo es real y parecido. Sin embargo, diferente...

martes, 17 de febrero de 2009

La Costa Azul


Azul marino. Azul vaquero. Azul vacaciones.

lunes, 16 de febrero de 2009

IP IP HURRA por Marsella

Con Cat Stevens en el mp3, aprovecho que la cola para embarcar avanza para marcar el ritmo de la música con mis pies. El chico de delante no sé a quién lleva cantándole dentro de los cascos pero hace lo mismo. Él también se ha quitado el abrigo y lo lleva colgando de la mochila. Soñamos con poder dejarlo ahí hasta nuestra vuelta a Bruselas. ¿Dónde vamos? A Marsella.

El avión aterrizó a escasos metros del mar. Precioso. Y desde ahí un tren me llevó a la estación de Saint Charles. Al salir a la calle ví una plaza de la que me enamoré en esta ciudad costera donde más que palomas, hay gaviotas. Y palmeras. Muchas palmeras.

Allí tengo mi primer contacto con una lugareña. Después de hacer una foto a un grupo de viajeros pegados cual mosquitos a unas estufas de luz rosa y anaranjada, una mujer escondida bajo veinte mil capas de ropa, por una rendijita asoma sus ojos y de forma sospechosa me llama: Madame... Me da mal rollo y paso de largo indiferente. Ella me vuelve a llamar, esta vez: ¡Desagradable! (prefiero Madame a secas).

Los dos días que he estado allí ha dado tiempo a mucho y también a desorientarme varias veces. Pero con desorientarme quiero decir no únicamente perder el norte (y el sur) y no saber dónde está esta calle o esta plaza (¡que también!) sino además en qué ciudad y país me encuentro. Eso me pasó mirando la carta de un restaurante africano que estaba cerca de un bar cubano pintado de colores. Y eso me ocurrió incluso antes de haber consumido nada que hubiera podido perturbar mis capacidades: antes de haber probado las pastís. No es tomarse unas pastillas, pirulas, sino que consiste en una bebida de anís que perfuma muchas cafeterías. En la que estuvimos había además un futbolín donde se amontonaban las monedas de cincuenta céntimos para dar vida a los futbolistas. Estuvimos jugando hasta que mi muñeca izquierda empezó a quejarse de dolor (seguramente porque iba perdiendo con muchos goles de diferencia…) y cambiamos de lugar.


La noche continuó y acabó en L´intermédiaire con canciones buenísimas de los años 40, un concierto del marsellés Charles Baptiste (cantante cachondo y pianista pistunudo) y una banda de música de cuatro ingleses que empezaron haciendo una representación de humor inglés que solo entendían ellos. Solo se reían ellos mientas el resto del garito les abucheaba y gritaba MUSIQUUUEEEEE.
El francés me ha gustado tanto que será su música esta vez la que me acompañe en mi viaje de vuelta a casa.

jueves, 12 de febrero de 2009

Viva la gente que:

  • te graba dos temporadas de Doctor House (dobladas al francés) en cds de colores con el nombre puesto en cada uno.
  • te dice que ha soñado contigo y cuando le preguntas qué pasaba te dice que planeábais matar a un gato...
  • te invita a probar la última variedad de galletas Speculoos integrales de las que un día (hace muchos) te habló.
  • te sigue las coñas pero desvariando aún más.
  • te echa piropos.
  • se ríe de los que se enfadan mucho y sin razón.
  • te perdona que hayas roto dos de sus tazas y un cuenco en 7 días.
  • te viene a dar un super beso de despedida al irse a casa después de trabajar.

martes, 10 de febrero de 2009

Fue hace ya dos semanas

cuando me pasé por un país vecino y llegué a una ciudad holandesa helada... pero no del todo. No, porque en uno de sus estanques había un papá con dos niñas patinando sobre hielo y al verlos, un chico me dijo, dame la mano y vamos hasta donde están ellos, y pisé el pantano, y la finísima capa cedió y ahí debajo el agua estaba líquida. Y muy fría. Pude haberme quedado petrificada entregándome a la ciudad como una estatua (y me podrían haber colocado junto a la escultura del señor Philips Frits, el dueño de la compañía Philips, el dueño de sí mismo). Pero salí a tiempo. No me hundí. No me congelé. No me morí.