martes, 10 de febrero de 2009

Fue hace ya dos semanas

cuando me pasé por un país vecino y llegué a una ciudad holandesa helada... pero no del todo. No, porque en uno de sus estanques había un papá con dos niñas patinando sobre hielo y al verlos, un chico me dijo, dame la mano y vamos hasta donde están ellos, y pisé el pantano, y la finísima capa cedió y ahí debajo el agua estaba líquida. Y muy fría. Pude haberme quedado petrificada entregándome a la ciudad como una estatua (y me podrían haber colocado junto a la escultura del señor Philips Frits, el dueño de la compañía Philips, el dueño de sí mismo). Pero salí a tiempo. No me hundí. No me congelé. No me morí.

1 comentario:

Anux dijo...

El pollo congelado pierde bastante sabor... menos mal!!!