Hay momentos del día a día, de la cotidianidad de la vida ésta que me ha tocado vivir (tan ricamente) que me molestan hasta un punto como para plantearse la venganza contra... no sé muy bien contra qué o quién. Pero yo metía una cabeza de caballo en la cama del culpable. Hay momentos desde los más absurdos que se curan tomando un bombón (para quitarse el mal sabor de boca) hasta los más graves que pueden incluso ser susceptibles de asistencia psicológica. Y dentro de estos segundos están las situaciones incómodas en las que me siento impotente, en las que me encuentro dentro de un grupo de personas pero fuera de su rollo, de su onda oh yeah. Fuera de su conversación en la que no puedo intervenir por mucho que haya estudiado o leído. Esas conversaciones pueden ser de tres tipos.
En primer lugar, aquellas que giran en torno a una película que no he visto. Se repiten las gracias imitando voces de actores o diciendo frases "míticas". Yo no pillo nada. No me río. No puedo participar. Me aburro y me voy.
En segundo lugar, cuando se habla de un viaje al que no pude ir y de anécdotas que nunca viví (aunque de tanto escucharlas a veces creo que sí que viajé o incluso que yo fui protagonista de la historia). Y me preguntan: ¿no te acuerdas de cuando fuimos a tal lugar que ocurrió esto y lo otro? Y ante mi ceño muy fruncido y cara de odio: ah, es verdad, que tú no viniste a aquel viaje con la calificación más alta de todos los que hemos hecho. Aquel en que recorrimos toda la costa y en el que hicimos cosas irrepetibles que te estaremos recordando toda la vida.
Por último, cuando acepto la invitación: vente a tomar algo con gente de mi trabajo. Son majísimos. Es lo peor de todo. Hablarán de personas que no conozco, de injusticias que sufren y harán chistecitos con su propia jerga. Coñitas internas. Intentaré integrarme haciendo preguntas: ¿el Guti es el de flequillo rubio entonces..? O comentarios comparativos: Pues en mi curro… Pues en mi curro nada porque llega un momento en que hacerme caso es una gran carga. Pim pam pum fuera.
En primer lugar, aquellas que giran en torno a una película que no he visto. Se repiten las gracias imitando voces de actores o diciendo frases "míticas". Yo no pillo nada. No me río. No puedo participar. Me aburro y me voy.
En segundo lugar, cuando se habla de un viaje al que no pude ir y de anécdotas que nunca viví (aunque de tanto escucharlas a veces creo que sí que viajé o incluso que yo fui protagonista de la historia). Y me preguntan: ¿no te acuerdas de cuando fuimos a tal lugar que ocurrió esto y lo otro? Y ante mi ceño muy fruncido y cara de odio: ah, es verdad, que tú no viniste a aquel viaje con la calificación más alta de todos los que hemos hecho. Aquel en que recorrimos toda la costa y en el que hicimos cosas irrepetibles que te estaremos recordando toda la vida.
Por último, cuando acepto la invitación: vente a tomar algo con gente de mi trabajo. Son majísimos. Es lo peor de todo. Hablarán de personas que no conozco, de injusticias que sufren y harán chistecitos con su propia jerga. Coñitas internas. Intentaré integrarme haciendo preguntas: ¿el Guti es el de flequillo rubio entonces..? O comentarios comparativos: Pues en mi curro… Pues en mi curro nada porque llega un momento en que hacerme caso es una gran carga. Pim pam pum fuera.
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