viernes, 30 de septiembre de 2011

Un volcán, buenas noticias


Leí el siguiente artículo ayer, en la sección de Cartas al Director de El País, a propósito de las medidas de seguridad tomadas como prevención a las consecuencias del seísmo de la isla de El Hierro.

Tenemos la curiosa costumbre de hacer de la naturaleza nuestra enemiga. Un volcán en erupción no es una tragedia, es un parto. Nueva vida. Una alegría aunque llegue con dolor. El día en que la tierra deje de escupir lava será porque está muerta. Y ese día nosotros también moriremos. Los terremotos, los tsunamis, los huracanes, los volcanes, los movimientos tectónicos, las riadas y desbordamientos rejuvenecen la faz de la Tierra, crean montañas, sacan a la superficie minerales, regeneran los ecosistemas, permiten a un terreno volver a la prehistoria geológica y empezar de cero. La culpa no es de ellos sino nuestra.
Construimos pueblos en laderas imposibles y al borde de barrancos, listos para ser arrasados el día en que a esos barrancos les dé por hacer lo que siempre hicieron: correr, desparramarse, arrastrar torrentes de agua. ¿Pero es que nadie les enseñó en la escuela cómo se formaron y para qué sirven los barrancos? Levantamos complejos turísticos en cada metro cuadrado del Caribe, donde desde que el hombre es hombre, cada verano, los huracanes arrasan todo lo que encuentran a su paso. Ponemos hoteles al pie del Etna, del Teide. Plantamos San Francisco en medio de una falla que está destinada a abrirse en canal y dejar California flotando como isla en el Pacífico. Construimos centrales nucleares a la orilla misma del mar en la costa más sísmica del planeta. Tecnología punta japonesa para una estupidez universal.
Y lo peor de todo es que tenemos todos los conocimientos necesarios para no hacer semejantes barbaridades. Pero nos tapamos los ojos para no ver y jugamos a que aquí no va a pasar nada. Y si pasa lo llamamos desastre natural. En realidad, el único desastre natural que hay sobre la Tierra somos nosotros.
Un volcán, eso es lo que son todas las islas Canarias. Cada trocito de suelo que allí se pisa salió de las entrañas de la tierra. No es más que lava. Lava lavada, lava gastada, lava erosionada, lava pulida, lava fría y en algunas partes, todavía, lava caliente. Y siguen vivas, las islas. Por suerte para ellas, y para el planeta. Aunque nos fastidie, nos inquiete y nos desoriente. Están vivitas y coleando, y a lo mejor un día deciden sacudirse las pulgas de encima. (Víctor Ovies)

Eso sentí al pisar el suelo negro del Timanfaya en Lanzarote, un paisaje único, espectacular, de cráteres y lava solidificada. Igual que se estremece el cuerpo entero cuando estás a punto de zambullirte en un océano donde te han dicho que hay  tiburones, cuando pregunté al guía de este Parque Nacional: "¿Puede haber nuevas erupciones?y afirmó: "Puede", pensé: "Estoy en un Parque Jurásico. Debajo de mí hay algo muy poderoso que podría estar poniéndose calentito y prepararse para salir por los aires". Y yo, pulga de encima, volar detrás. 

Sí, a veces nos creemos los reyes del mambo terráqueo y permitimos construir donde nos plazca quejándonos después de que la tierra vibra; arrancamos un árbol porque nos quita luz pero ¡qué buena sombra me daba en verano!; nos alimentamos con exquisitas tostas de foie con arándanos a pesar de que el foie grass se haya conseguido a base de cebar  salvajemente al pato para conseguir ese hígado gordo.

Pero, en verdad, la Tierra se pidió ser primer en aparecer. Mucho después lo hicimos nosotros. Y, pese a los esfuerzos por ser cada vez menos desastres y más naturaleros, aún se nos tienen que bajar los humos. Que para humos, los que nos guarda el supuesto nuevo volcán de El Hierro.  

1 comentario:

Makinum dijo...

Verás en Dic del 2012 cuando se cumpla la prefecía Maya... pero nada, nosotros ni casito!