viernes, 14 de marzo de 2008

Justus Lipsius

Se llama Justus Lipsius. Es el edificio donde se encuentra el Consejo de la Unión Europea. Durante dos días ha sido tomado por unas dos mil personas pertenecientes a los medios de comunicación que van a cubrir la Cumbre Europea de Bruselas centrada en el Cambio Climático y la Economía.

Las medidas de seguridad son alucinógenas (digo, alucinantes). Han cortado las calles de alrededor con alambradas prohibiendo el paso de automóviles y peatones (excepto, por supuesto, aquellos con acreditación). La intensidad del infrarrojos, del detector de metales para acceder al edificio es potentísima. El señor que ha pasado delante de mí, además de quitarse el cinturón para que no piii-piiii-pitase la hebilla, se ha tenido que sacar sus tres dientes de oro uno de los cuales se lo he cambiado por una pegatina, dos cromos, una chapa y un chicle a medio usar. A partir de hoy mi sonrisa es mucho más resplandeciente.

En el interior: comida gratis, bebida gratis y teléfono gratis para llamar a cualquier parte del mundo. También había obsequios. Ha pasado un veterano corresponsal con los ojos chispeantes de emoción con un pen drive, una mochila azul y un gorro y bufanda a juego diciendo, ¡Lo regalan! Este hombre tiene el triple de años que yo, el doble de arrugas que yo y la mitad de gracia que yo porque ha plagiado uno de mis chistes estrella.

Una vez conseguido mi pack, he ido a la sala de prensa española a esperar al señor Zapatero. Allí, en una calurosa sala de pequeñas dimensiones etábamos unas 100 personas: periodistas de prensa, radio y televisión, cámaras, fotógrafos, productores, etc. Yo me he sentado al lado de una conocida tocaya mía que como tiene un ojo a la virulé me he sentido vigilada todo el rato. A todo esto mi lindísima colega argentina estaba caricaturizando al presi como si fuera un marciano con antenas galácticas lo que me ha obligado a tragar mis carcajadas.

Allí estaba con mi chaqueta roja. El rojo de la bandera española, de la sangre de toro, de la sangría Don Simón y del clavel de chulapa madrileña. Allí estaba deseando que llegara el turno de preguntas. Por fín levanto la mano y me acercan el micrófono. Le he hecho dos preguntas. La primera: ¿Qué es peor, la ignorancia o el desinterés? Y me ha dicho: ni lo sé ni me importa. La segunda estaba relacionada con la temática de la Cumbre. Presidente, ¿a qué huelen las nubes? Él: a sueño. O a sueños, no sé. El caso es que por fin he entendido la conexión entre las nubes y ovejas que decoran mi pijama. De repente me ha entrado mucha angustia. Me pasa a menudo cuando en noches de insomnio cuento ovejitas saltando vallas hasta que una de ellas se parte los huesos en un salto fallido, muere y hay que mandarla a un asador segoviano.

Ahora, mientras espero a que mi ropa acabe de ser mareada por la secadora en mi lavandería habitual, me concentro en escribir para no oír la peste musical que sale de los altavoces (reguetón-tón-tón y derivados). Estaría bien poder abrir y cerrar los oídos sin necesidad de ponerse tapones. Algo parecido al servicio que prestan los párpados a los ojos pero en las orejas. Voy a patentarlo para venderle la idea al próximo diseñador de seres humanos.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Ayer fuí a un "teatro", si se puede llamar así, que te iba a encantar! me acordé de tí nada más entrar por la puerta. Salvo original, sólo puedo decir que es indefinible!!Aún estoy asimilando lo que ví.
Besos.