viernes, 4 de septiembre de 2009

Dentro de la novela: Jota

Jota se despertó contenta de ver que estaba tumbada en su cama. Había soñado que tenía que representar el personaje de Blancanieves, que quedaba una hora para la función y que no tenía ni idea del papel. Su única escapatoria había sido despertar o encontrar un guión. Se había alejado lo máximo posible de la casa-teatro donde todo el mundo la esperaba y se había escondido en el pequeño cyber de la estación de autobuses. Allí intentó buscar la pieza para imprimirla y memorizarla inmediatamente.

La conexión a internet era pésima. En ese estado de estrés la había encontrado su padre:
- ¿Qué haces aquí metida?
- Escuchar música…
La música del incómodo sueño coincidió con el despertador. Aliviada, se levantó de la cama de un salto. Y acompañando a la melodía, una mañana más, estaba el ruido insoportable de los operarios del ascensor. ¿Cuándo acaban las reformas? ¡Hoy! Jota sonrió. Después de varias semanas ya se había acostumbrado al hombrecín simpático y bigotudo y a su compañero más joven, más serio y también más servicial.

Dejó la leche calentándose y el pan tostándose y se dio una ducha salpicando todo el suelo de agua. Era inevitable. Mientras hacía la automática actividad de pasar la fregona pensó que al final se iba a ir de esa casa sin haber conseguido poner las cortinas.

Con la espuma en el pelo aún goteando, engulló el desayuno, se puso los leggins negros, sus botas altas y el vestido que le habían traído los Reyes Magos. Eligió el bolso africano al que había cosido, orgullosa, la cremallera. Metió el móvil cargado de batería y con suficiente crédito, llaves, cartera, tiquet de bus (desde la última multa, siempre pagaba), cuadernito, el neceser lleno de porsiacasos y dos caramelos de lima limón. Recogió su habitación y, antes de salir corriendo, se pintó la raya negra del ojo.
Bajó entonces hacia la Place Jourdan, pasó por la tienda del pakistaní acosador (Bonjour belle mademoiselle!) y en ocho minutos se reencontró con Eva y Hervé. Ella esperaba fumando frente a un enorme plato en el que solo quedaban cuatro hojas de lechuga y alguna rodaja de tomate. Entre sus pies vio que tenía la famosa funda negra. ¡La cámara!
-¿Vamos?
- Vamos.
Y ahí empezó todo.

2 comentarios:

Eva dijo...

Pues me gusta mucho, Elenita. Habrá que hacerlo realidad! Por cierto, ahora que sé lo que significa 'cronopios'... ¡me declaro cronopia oficial!

chous dijo...

Pero que cuento es esteeeeeeeeeeeeee!!!!!!!!!!!!