martes, 29 de septiembre de 2009

Noche Blanca Noche Negra


Mi primera Noche Blanca. Madrid 2007.
Este finde repito. Bruselas 2009.

viernes, 25 de septiembre de 2009

Empatía

He visto una pecera rota tirada en la calle y he sentido que me asfixiaba.
Mamá, ¿alguna vez fui pez?

jueves, 24 de septiembre de 2009

Una onda, un placer

Es un placer:
Llegar a casa con el sentimiento de haber estado, micro en mano y cámara detrás, en cierta manifestación y haber sido testigo de la Historia.
Hacerme un café con leche en taza grande.
Ir a mi habitación, encender el ordenador, sintonizar (¿googlelizar?) Radio 3 y encontrarme con una sorpresa, un regalo inesperado de programa. ¿Qué? Como Lo Oyes.
Escuchar a un invitado, rico Limoncello, que, como un amigo que va sacando discos a los que aliña con anécdotas en el salón de su casa, me ha entretenido, enseñado, arpegiado y, paulatinamente, se ha ganado toda mi atención.
Salir a la calle con mi sonrisa habitual, pero mucho más grande.
Vivir la radio.

domingo, 20 de septiembre de 2009

"Made in" un no lugar


Hoy era el día sin coches (aunque para mí todos los días son día sin coche); día de poner a punto la bici y llevarla de paseo. ¡Oh decepción! Montar por el centro era más peligroso que de costumbre por la cantidad de peatones y niños que había intentando controlar su patinete. Niños locos, niños sin miedo, de goma y sin frenos que no dudan en lanzarse cuesta abajo sin medir consecuencias.



¿Plan B? Irnos a la tranquilidad de las afueras, a un bosque, y meternos por senderos que atraviesan lagos y árboles rascacielo. Desde allí hemos llegado al Versalles Belga, los jardines del Museo Africano, deteniéndonos solo para “¡Ey! foto, foto” y para colocar mi cadena que se ha salido hasta tres veces. Al hacerlo yo la última vez y acercarme a las ruedas, me he dicho: en caso de devolución de las mismas, me va a tocar hacer un largo viaje… a través del tiempo. Las cubiertas son Made in Yugoslavia.

sábado, 19 de septiembre de 2009

¡Estos polacos!

La agenda apretada de hoy sábado pensé contrarrestarla ayer con una noche sin grandes planes más que una quedada luso-española por el barrio. Esa idea se vio truncada, una vez más, por el afán de no parar. De no parar de colgar la palabra festival por todas partes de la ciudad. Esta vez, festiwal (en polaco). ¿De qué? Claro, como puede ser cualquier cosa, nosotros nos hemos encontrado con una mezcla de... Bueno, antes una breve introducción.

Hemos bajado a la plaza para elegir dónde ir a tomar algo pero las circunstancias han elegido por nosotros. Esta compañía de teatro polaca había precintado una zona bastante amplia. En ella, unos bafles enormes atraían (o espantaban) a los paseantes con música de circo. Como si fuéramos niños pequeños tirando de la manga de papá para que nos invite a verlo, nos hemos convencido mutuamente. Nos hemos mirado unos a otros y un asentimiento de cabeza con levantamiento de ceja y mirada a la derecha, ha bastado para entender que antes de sentarnos en el suelo había que pasar por el night shop para tener algo fresquito que beber en esta noche calurosa.
Ya instalados, los artistas nos han sorprendido con un montaje extrañísimo. Estrambótico. Rocambolesco. Un poco rockandrollesco también. Una veintena de actores iban entrando y saliendo al escenario con artefactos muy elaborados y presentando situaciones de todo tipo. Un hombre enfermo en pijama en una litera al que visten con traje de chaqueta y atan los zapatos a dolor. Curas y monjas nos rocían con agua bendita. Cuatro guardaespaldas mazados con traje de chaqueta tras una coreografía MTV se quedan en unos gayumbos que combinan pefectamente con su corbata. Maestras de colegio castigando a alumnos. Campesinos escupiendo zanahoria y tirándose harina por la cabeza. Seres gigantes haciendo movimientos endemoniados. Mujeres bailando el can-cán con música española de fondo. Y como clausura, han llenado todo de molinos en miniatura. Esto me huele a nuestro querido Don Quijote, pensaba yo. En cualquier caso, hilar una escena con otra ha sido prácticamente imposible.
Sin embargo estos espectáculos al aire libre, con fuego, colores, música y saltimbanquis no suelen dejarme indiferente. Me llevo varias ideas para cuando me tenga que encargar de la escenografía. O, simplemente, para entretenerme una tarde de domingo buscando la manera de construir un triciclo volador. O, mejor aún, creando algo más útil como un robot que se convierta en mi asistente. Ya lo tengo. Tendrá forma de coche y lo llamaré Kit.

jueves, 17 de septiembre de 2009

Espía a tu vecinita

Estoy escribiendo un email cuando a mi derecha una muchacha empieza a desnudarse. Justo encima de ella un cartel provocándome: "Espía a tu vecinita".


Luego me pedía dejar mi teléfono pero, no gracias, yo estoy servida con el vecinote del edificio de enfrente. Le ha dado por exhibirse todas las noches. Y lo hace con un despliegue de medios que ni Broadway.


Deja la ventana del salón abierta, enciende luces estratégicamente para crear claroscuros, coloca espejos ovalados, pentagonales y de colores, conecta todos los altavoces del home cinema, elige la peli y comienza el espectáculo.


Y así, día tras día, el hombre seguirá intentando llamar la atención hasta que llegue el invierno gélido y se oirá: "¡Tápate desgraciao que te vas a acatarrar!".


Frigopoesía


martes, 15 de septiembre de 2009

El atropello

Son las cuatro de la tarde. Estoy en el cruce debajo de mi casa rodeada de adolescentes que han salido ya de clase. Todos esperamos a que nuestro semáforo se ponga verde cuando, de repente, una persona sale volando por los aires.

Dentro del coche culpable un señor bastante mayor, de ochenta y muchos, se ajusta las gafas. Debería haber frenado antes, pensará. Alargamiento del tiempo de reacción lo llaman en la autoescuela.

Fuera del coche, silencio absoluto. Durante varios segundos la calle se queda quieta y muda como esa dinámica de improvisación en teatro en la que la escena se congela para pasar a otra completamente diferente. Hoy también se ha pasado a la acción pero, desgraciadamente, esto no es ficción, es la vida misma, y el escenario no cambia.

Enseguida acuden varias personas a atender al que está tirado en la carretera. Entre el corrillo que se ha formado, hay una niña en el suelo llorando.

Decido subir a casa. Somos demasiadas personas mironas que estorbamos. Al alejarme veo llegar a la policía y desde mi ventana, oigo la ambulancia.

Todo por un despiste. De un señor de ochenta años. Al volante.
En Bélgica no hace falta pasar ningún tipo de control psicotécnico para renovar el carné de conducir.

miércoles, 9 de septiembre de 2009

Mons

Mons, esa ciudad valona que nos recibe con la puerta entrecerrada y nos despide con dolor de barriga.

La Melanie Griffith de la oficina de turismo se esconde detrás del mostrador. Le ha tocado hacer guardia el domingo y no quiere trabajar. A nuestras preguntas enteras obtenemos respuestas a medias y una guía “donde viene todo”.

Con nuestra ilusión de excursionistas improvisamos una visita: Colegiata de Sainte Waudru, atalaya, ayuntamiento medieval y Casa de la Prensa o Casa Española. Me han dicho que hay acariciar la cabeza del mono de la suerte. Buscada, encontrada y toqueteada queda. Y que hay que comer las patatas fritas de Willy. ¡Un cucurucho con salsa Brazil, por favor! (¿Deberíamos acariciarle la calva a Willy también?)

Antes de irnos, nos sentamos junto al buzón rojo. Saboreamos los bichitos que bucean en las copas de cerveza refermentada mientas miramos a los niños jugar en la fuente de la plaza. Me entra un escalofrío. Se está acabando el verano.

viernes, 4 de septiembre de 2009

Dentro de la novela: Jota

Jota se despertó contenta de ver que estaba tumbada en su cama. Había soñado que tenía que representar el personaje de Blancanieves, que quedaba una hora para la función y que no tenía ni idea del papel. Su única escapatoria había sido despertar o encontrar un guión. Se había alejado lo máximo posible de la casa-teatro donde todo el mundo la esperaba y se había escondido en el pequeño cyber de la estación de autobuses. Allí intentó buscar la pieza para imprimirla y memorizarla inmediatamente.

La conexión a internet era pésima. En ese estado de estrés la había encontrado su padre:
- ¿Qué haces aquí metida?
- Escuchar música…
La música del incómodo sueño coincidió con el despertador. Aliviada, se levantó de la cama de un salto. Y acompañando a la melodía, una mañana más, estaba el ruido insoportable de los operarios del ascensor. ¿Cuándo acaban las reformas? ¡Hoy! Jota sonrió. Después de varias semanas ya se había acostumbrado al hombrecín simpático y bigotudo y a su compañero más joven, más serio y también más servicial.

Dejó la leche calentándose y el pan tostándose y se dio una ducha salpicando todo el suelo de agua. Era inevitable. Mientras hacía la automática actividad de pasar la fregona pensó que al final se iba a ir de esa casa sin haber conseguido poner las cortinas.

Con la espuma en el pelo aún goteando, engulló el desayuno, se puso los leggins negros, sus botas altas y el vestido que le habían traído los Reyes Magos. Eligió el bolso africano al que había cosido, orgullosa, la cremallera. Metió el móvil cargado de batería y con suficiente crédito, llaves, cartera, tiquet de bus (desde la última multa, siempre pagaba), cuadernito, el neceser lleno de porsiacasos y dos caramelos de lima limón. Recogió su habitación y, antes de salir corriendo, se pintó la raya negra del ojo.
Bajó entonces hacia la Place Jourdan, pasó por la tienda del pakistaní acosador (Bonjour belle mademoiselle!) y en ocho minutos se reencontró con Eva y Hervé. Ella esperaba fumando frente a un enorme plato en el que solo quedaban cuatro hojas de lechuga y alguna rodaja de tomate. Entre sus pies vio que tenía la famosa funda negra. ¡La cámara!
-¿Vamos?
- Vamos.
Y ahí empezó todo.

miércoles, 2 de septiembre de 2009

Millennium addiction

Me encuentro, al igual que una parte considerable de la población lectora, bajo los efectos de la señorita Salander y el periodista Mikael Blomkvist, de la trilogía Millennium. Por su culpa ayer no me dormí hasta bien entrada la noche después de ¡AY, LECHE! quemarme con el flexo ¡AYYY! dos veces.

Al día siguiente, madrugo, enciendo mi ordenador, abro mi hotmail y caigo en un test de personalidad que alguien había dejado en mi bandeja de entrada. Es curioso el recurrir a algo externo para conocernos a nosotros mismos...
A la pregunta: ¿Te sientes identificado con los protagonistas cuando ves una película? Contesto: sí, muy a menudo. De hecho, por muy inverosímil que pueda parecer la historia o por mucho que sus personajes sean seres tan extraños como los guaguanchitos y los filopátrifos, en muchas ocasiones lo que me atrae es precisamente eso. Encontrar similitudes que tocan mi propia vida y sacar ideas que puedo llevar a cabo en la práctica.

Eso me está pasando con los libros de Stieg Larsson. De algún modo, siento que podría estar dentro de ellos. Me paro a pensar en cuáles son las claves de una novela para conseguir crear ese efecto devorador del que la lee y me acuerdo de un artículo publicado en el periódico Le Soir. El escritor listaba los elementos que tenía que reunir una novela y cuáles debía obviar. Lo que ocurre en Millennium es que el autor ha creado una historia llena de personajes cuyas vidas se entrecruzan, coinciden, se separan y, en ocasiones, se vuelvan a encontrar. Va saltando de uno a otro y genera la necesidad de querer saber qué están haciendo ¡todos a la vez! Por eso las páginas del libro se van pasando a esa inusual velocidad.

Desde que terminé el primer libro tengo un pensamiento constante en mi cabeza: ¡Yo también quiero jugar! Quiero esperarles sentada en algún parque de Estocolmo y formar parte de sus tejemanejes. Lo veo como algo totalmente posible ya que viven en un contexto real del siglo XXI, en un país europeo que existe en los mapas, en el que vemos complejas relaciones interpersonales, injusticias sociales, escándalos públicos, violencia a todos los niveles, el papel de los medios de comunicación, el rol empresarial, la situación de la atención a la salud mental, etc. Siempre girando en torno un solo eje: la desigualdad entre géneros y abusos que de ella se derivan. Pura actualidad.

Sé que cuando me acerque al final voy a querer ralentizar la lectura para retrasar así mi despedida con los protagonistas. Me parece fuerte decirlo pero... voy a echarles de menos. Además, tengo la certeza de que no habrá más capítulos para ellos. Su creador murió justo después de acabar la trilogía.