lunes, 8 de diciembre de 2008

El espíritu de Rudolf

Hoy ha venido el árbol de navidad. Un chico ha traído un árbol y dos cajas. Ha colocado el pino enfrente de mi mesa; lo ha podado que ni Eduardo Manostijeras le supera en velocidad; ha abierto las cajas; ha empezado a colgar bolas, estrellas, figuritas varias, luces, etc.; ha recogido las ramitas sobrantes del suelo, las ha metido en la caja, ha llamado al ascensor que en ocasiones no tiene luz y en ocasiones se para... (al pobre artista le han coincidido las dos) y nos ha dejado su preciosa obra maestra.

He llegado yo detrás. He cogido alguno de los adornos y los he repartido a diestro y siniestro para hacer amigos, no sin antes guardarme la nariz roja de Rudolf, el reno.

A continuación, me he enterado de que han despedido (ciao, ciao) a tres periodistas del curro. Inmediatamente después he vuelto a colocar los regalos en el árbol al que pertenecían: no quiero dar ningún motivo de fin de contrato.

De vuelta a casa, en el autobús se ha sentado conmigo mi compañero de almuerzo. Hemos tenido una conversación tan animada que me he pasado mi parada. Peor aún, el autobús que he cogido no tenía absolutamente nada que ver con el mío. Me he dado cuenta cuando se ha metido por un bosque tenebroso y la ciudad no era más que una bombilla lejana. Antes de bajarme para cogerlo en sentido contrario, no me he dignando a admitir mi error. ¿Vives por aquí? Yo: bueno, ejem, más o menos. Menos...

Mañana he quedado con un tipo alemán a las 9 de la mañana para que me enseñe un programa de archivos de imágenes. Eso quiere decir que a las nueve menos cuarto tengo que estar delante del ordenador lista para escuchar, memorizar, procesar y retener información y, sobre todo, preparada para no bostezar ni una sola vez. A las ocho treinta tendré que estar entrando en la oficina. A las ocho en puntísimo subiéndome al bule. A las 7 masticando la última galleta del desayuno. A las... AAAAAAAAAHHHH. ¡Qué agobio! ¡Me voy a la cama!

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