He conocido Serbia y me voy a Croacia en tren. Primero he subido la maleta y he pensado: ahora como en las pelis el tren sale con ella dentro y sin mí. No ha sido así. También he pensado que en el tren dormiría mejor que en el autobús. Tampoco ha sido así. Me han despertado primero para pedirme el ticket. Algo lógico y con lo que contaba. Pero lo han hecho dos veces. Luego han pasado a comprobar que no llevábamos productos de contrabando: ¿Llevan alcohol? ¿En la maleta o en la sangre? ¿Tabaco? No. ¿Porno? ¿Por? No. Y por último han supervisado (supervisión = capacidad propia de superhéroes de ver a través de la mochila) los pasaportes a los que han puesto un sello. Ha habido otros dos controles más... En fin. La verdad es que esto y el hecho de tener que cambiar dinero y olvidarte de los euros te hace sentir que estás en otro país. Da la sensación de que estás viajando. (En la Unión Europea eso ha desaparecido). Por otro lado hay cosas que cada vez son más parecidas en todas partes. Tanto a Belgrado como a Zagreb ha llegado el dueño del grupo Inditex (Zara y compañía), culpable de que las avenidas de muchísimas capitales del mundo tengan escaparates idénticos restando así la particularidad de esas ciudades y acabando con el comercio local.
Me quito esos pensamientos. Sigo totalmente desvelada. Pasan los minutos. Miro por la ventana. Vuelvo a mirar y por fin: ¡ZAGREB!
(Muy fuerte: mientras transcribo este texto de mi cuadernillo de viaje, en Telemadrid ponen una de James Bond. Y en este mismísimo momento el Agente 007 está cruzando en tren ¡de Belgrado a Zagreb! Temerosa coincidencia...)
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