Últimamente me ha dado por pensar en todas esas costumbres y prácticas comunes tan arraigadas que ya dejan de cuestionarse. Que en España muchos chicos pertenezcan a un equipo de fútbol y que entrenen o jueguen todas las semanas, es algo tan normal como esperado. Y al decir "hoy tengo partido" se sobreentiende que no va a ser de otra cosa que de fútbol. De repente cuesta imaginar que en vez de ese deporte hubieran elegido, no sé, la esgrima por ejemplo.
.
Que en Ecuador no se permita beber alcohol los domingos, según me contaron ayer, debe ser tan incuestionable para ellos como, hoy en día, para varios madrileños reunirse en una plaza céntrica con un tetrabrik de sangría (por riesgo de papeleta).
.
Dudo que una fórmula tan clásica que surge en una terraza cuando luce el sol como es la siguiente: cervezas a tutiplén + patatas fritas + aceitunas = muy buen rollo, sea sustituida algún -macabro- día por: zumo de jengibre al pomelo + boniatos + alcachofas (= ¿?). Pero, ¿quién sabe? Podría darse el caso.
.
He tenido que ir ajustándome a unos cánones dentro de los cuales moverme. He normalizado unos hábitos que, por el motivo que sea, de repente o despacito, cambian y dejan de ser válidos. Y lo que antes era absurdo, ilógico o raro, puede llegar a convertirse en la regla general, en lo aceptado. Y viceversa.
.
Ya tiene unos añitos la Ordenanza de Movilidad del Ayuntamiento de Madrid en la que se prohíbe a los peatones correr, saltar o circular de forma que moleste a los demás usuarios. "Sí, pero es que me está persiguiendo un tipo con cara de malas intenciones y yo creo que si corro, lo mismo consigo que no me quite el valioso euro que queda en mi cartera y evito un ataque de ansiedad y llegar donde haya un grupo de gente donde refugiarme y..." Claro que por muy rápido que llegase hasta la muchedumbre tampoco estaría salvada del todo ya que esa misma normativa impide detenerse en las aceras formando grupos, cuando ello obligue a otros usuarios a circular por la calzada.
.
Con lo que, sin escapatoria ninguna, empezaré a acostumbrarme a lo extraño. A tomar alcachofas con alcaparras por si un día censuran la venta de aceitunas o patatas fritas los fines de semana al considerarse dañinas para la salud. Y teñiré las manchas de mi dálmata de color verde olivo en honor a los pequeños placeres que tal vez prohíban alguna vez. Porque prohibir es muy sencillo pero educar es un proceso lento, molesto, caro y no engorda las arcas estatales de forma inmediata.
No hay comentarios:
Publicar un comentario