Hay trabajadores que con el único objetivo de dar envidia al resto del mundo, se van guardando todas las vacaciones del año, horas extras incluidas, para disfrutarlas en el mes de noviembre. A veces eligen un lugar cálido como la Isla de Bali con tiempazo, paisajes de ensueño y horas para perder en la arena. Y pienso, bueno, esa imagen la tengo en mi salvapantallas y total, con la calefacción pegada a la espalda y un termo siempre entre las manos, aquí no se está tan mal.
Otras veces se compran un billete a destinos montañosos, los fotografían, los titulan Tocando el cielo desde el andino Machu Picchu y te lo envían al móvil. Mi reacción: para cuatro ruinas, la piedra que uso de pisapapeles. Y sin pasar mal de altura.
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Cuando los empleados descansan a destiempo y por tanto, más holgada está la plantilla, es cuando los espíritus canallas quedan a tomar un vermú en el Económico para decidir cómo complicar la existencia de los que nos quedamos cumpliendo horarios. Falla la conexión a internet, te hacen preguntas que nunca debieron haberse (o haberme) hecho y se organizan eventos con necesidades atípicas e imprevistas que no sabes por dónde coger, ni por dónde soltar, que hay que cubrir y que una compañera describe diciendo "Han pedido un mono colgado de una lámpara". Ahí te apañes.
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"Esta vez se han pasado. No quieren un mono: ¡Quieren el gorila!". Traducción: a última hora han solicitado un profesional que controle de tramoyas. Trapo... ¿qué? Consultamos de inmediato a la RAE. Tramoyas: máquinas para figurar en el teatro transformaciones o casos prodigiosos.
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Casos prodigiosos... mmmm. Resulta que actúa el sublime(nal) Juan Tamariz en el mismo escenario donde en su día se grabó Hablando se entiende la basca (prehistoria de Tele5). Nos han enviado un listado de condiciones técnicas con lo que, a la fuerza, me he enterado, sin piedad, de todos toditos sus trucos. Lo que ellos llaman asistencia de luz y sonido yo lo llamaba magia. A mis ojos, este maestro se ha caído del pedestal. Desde el ala de su sombrero, cual trampolín, se ha precipitado al vacío el adjetivo que ostentaba de sagrado. (Iba en bañador. Doble voltereta, saludo a los presentes y ¡PLÁS!)
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A pesar de todo, hay algo que forma parte de Tamariz (que otra cosa no, pero guapo... ¡Qué porte!, ¡Qué Don Juan!), que no necesita tramoyistas y que seguiré viendo con la misma ilusión de pichón del primer día: su violín. Ñiaaa ñiaaaa ñiaaaaaaaa.
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