domingo, 4 de enero de 2009

No me pidas ser tu paje

Primeros pasos

Al principio es muy entretenido. Solo al principio. La emoción de ser cómplice de Sus Majestades desaparece cuanto todo el peso cae sobre uno mismo. Así que no me pidas ser tu paje (lo que viene a ser un becario) y haz tú todo el trabajo de Rey Mago (un funcionario). Además, la responsabilidad de este currillo de temporada incluye la capacidad de absoluta discreción, algo que yo no he sabido demostrar (todo lo contrario).

Mi primera tarea de paje fue asistir en la compra y ocultación del regalo de Melchor a mi madre. Le acompañé a por él: buscamos, comparamos sin comprar, seguimos buscando, pensamos, decidimos, elegimos, negociamos, compramos habiendo comparado y respiramos safisfechos. Me comprometí a llevarlo a Segovia y, una vez allí, a esconderlo bien hasta el día 6 de enero por la mañana.

Ya en Segovia, no sé por qué, de repente se me olvidó mi papel de paje y representé el de idiota. Se me metió en la cabeza que tenía que darle algo a mi señora madre. Y esta confusión tiene una explicación ya que siempre nos traemos de Madrid bolsas con cosas olvidadas. En este caso: Hija, tráeme mis zapatos del lazo, mi camisa negra sin mangas con fruncido en el escote y la salsa de la carne que está en un bote de mayonesa en la nevera detrás de los yougures. Cierra bien el bote. Es fácil equivocarse y coger la camisa del lazo color mayonesa y los yogures con bordaditos.

Así que, sin querer, me fui directa a por el regalo (que estaba sin envolver ni nada) con alguna gota de salsa... Toma, la bolsa que me pedist… No es la bolsa que me pidió sino el regalo sorpresa que ya no lo será. El paje grita: ¡No has visto nada!

Esto no constituye ningún problema. Los padres están acostumbrados a hacer teatro frente a los hijos, a fingir y a poner cara de sorpresa y satisfacción aunque sea forzada. Como por ejemplo cuando ven la máscara de porcelana de Venecia que hemos hecho por el día del padre pintada de rojo con extrañas formas romboides marrones. O cuando oyen los primeros intentos en flauta de El Himno de la Alegría. O prueban los macarrones con ketchup y berberechos. Aquí me viene a la mente una imagen. La del hijo con enorme sonrisa diciendo ¿¿quieres repetir?? e imitando ese gesto de echar dos cucharadas extra en el plato aunque la persona haya dicho así vale... no quiero más... está bien...

Volviendo al principio, mi madre no ha visto nada hasta el 6 de enero, día en que tenga que poner una vez más esa expresión facial que aunque tanto tiene ensayada, le saldrá totalmente natural.

Segunda metedura de pata y baja por incapacidad
El paje (o como soy yo… ¿se diría la paja?) baja a un centro comercial donde hay muchísima gente y, algo asqueado, se pone a esperar en la enorme fila para hacer su pedido. Se quita de ella porque no quiere sentarse en las rodillas de un falso Baltasar coloreado con un corcho quemado, sino simplemente, comprar e irse.

El paje/a llega a casa y se lo entrega al rey Gaspar pero sin hacer reverencia ya que la reverencia sería a la inversa por el servicio prestado desinteresadamente. El paje desconoce el futuro dueño del obsequio. Es la novia del Rey barbarroja y está ahí delante. El paje comenta las maravillas de lo que tiene entre sus manos haciendo referencia a la pasta que ha costado. De repente empieza a relacionar cosas: las características del producto, los gustos y aficiones de la novia y el dedo índice de Gaspar diciendo te corto el cuello. Todo eso hace que el paje/a retroceda cabizbajo, se vaya a su habitación corriendo y queme el título que le dieron creyendo que podría aguantar la tensión de guardar tantísimos secretos en tan poco tiempo.

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Moraleja (u obligación)

No me pidas ser tu paje nunca jamás y valora el elemento sorpresa que tienen los regalos en estas fechas. Conseguir ese efecto es dificilísimo.

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