Como entrante ligero, llega el informático que es un tipo serio, callado y que se desplaza por la oficina silencioso, y me dice que va a necesitar tres billetes de tren para ir con el archivista y el jefe de planning... a Disneylandia. No es verdad, le digo. Venga, ¿para dónde son los billetes? Y él: Que sí, que sí. Muchos minutos así estudiándole los gestos: ¿miente? ¿No? Le he dicho si quería que los vagones que reservara estuvieran ambientados con la bruja dando escobazos y que si quería que el tren llegara haciendo loopings.
Como plato, pues nada. Comprando un libro (la única tienda de todo el condado que abre hasta las ocho todos los días del año es una librería) me he dado cuenta de que es muy buena táctica eso de meterlos en las estanterías cilíndricas giratorias (donde suelen poner las postales). ¿Cuántas vueltas he dado a la columna antes de caer en la cuenta de que ya he pasado por delante de los mismos libros (o postales) y que sigo sin cedicirme cuál quiero?
De postre, los años. Hoy una persona decía que tenía 23 años chinos y 33 griegos, teniendo en cuenta el tiempo que había vivido en cada país. Según eso, según mi edad belga, aún soy una niña muy pequeña. Para lo bueno y para lo malo. Por ahora solo soplo una vela y dentro de no mucho me veré soplando más: ¿quien sabe dónde?
1 comentario:
Yo tampoco lo sé, pero espero que sigas escribiendo.
Felicidades por esa vela!!
Un beso prima!
maria :)
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