sábado, 19 de julio de 2008

Sin banco, sin pipas y sin tutú

Hacía mucho tiempo que no me sentaba en la calle simplemente a mirar y eso es porque no hay bancos que te inviten a hacerlo (por eso tampoco se venden pipas). Acaban de caer en ese detalle y, después de siete años de reforma, por fin han terminado una plaza bastante grande, Flagey. Su único atractivo son unos bancos de 20 metros de largo cada uno (medidos con la precisión de mi ojo) que la rodean.

El caso es que lo que vi el otro día soleado (día en que nadie se queda en casa) lo hice apoyada en el poyete de la ventana de un bar cerrado por bancarrota debido a que los camareros hacían más "sinpas" que los clientes. ¿Qué vi? Simplemente gente pasando en todas las direcciones y sentidos. Haciendo vida de barrio, vida urbana, vida y punto.

Una bandada de cuervos peleándose no por unas cuantas migajas cedidas por el vecino amante de los animales, sino... ¿qué es eso? ¡Un pollo entero! Se me ocurre entrar en combate para evitar ese acto de cuasicanibalismo pero es demasiado tarde. Ya han acabado de despellejarle y están a punto de hincar sus picos en la carne antes de pasar al postre: los órganos internos color chocolate.

A escasos metros, sentado en la terraza de una cafetería, un grupo de mujeres de oficina vestidas de traje de chaqueta negra y tacón de doble filo se concentra en sus agendas para fijar la fecha de la próxima reunión donde abordarán todos los temas que una vez más han quedado en el aire. Al mismo tiempo, una de ellas grita y ridiculiza a otra que no sabe hacia donde mirar. Está despellejándola viva. Otro sketch caníbal.

Sigue agitándose la ciudad y pasa un ciclista callejero a punto de ser arrollado por un tranvía. Se trata de un hombre a quien veo a menudo llevando a la espalda un peluche que es mochila a la vez. Pero el de este día es solo peluche. Es un oso hormiguero gigante que le rodea completamente y parece ser quien tiene el control absoluto de la bici. Es una sustancia dopante materializada en un animal sintético... ¡Quiero uno!

Por último, mientras me arrepiento de haberme comprado un helado de pistacho por tener sabor a chicle de sandía con calcomanía de regalo, un papá (padre número uno) le da dinero a su hija que va vestida con un tutú para que ésta se lo de a otra niña que baila sin tú-tururú-tutú y que pasa la gorra con su padre (padre número dos). Jo, cuestión de azar, me digo (pero me lo digo por dentro, sin hablar ni nada). ¿Y si doy la vuelta a la situación? ¿Y si cambiamos una niña por otra? No sé. Pregúntaselo al padre número uno. O al número dos. O siéntate conmigo a mirar (sin hablar ni nada) desde mi banco.

No hay comentarios: