El viernes entrevisté a un catedrático de esos que para caracterizarse a sí mismos se ponen pajarita y comen juanolas. Había hecho experimentos con ratas durante año y medio sometiéndolas a ondas electromalignas todos los días durante 8 horas. Y al final a los animales les salieron tumores asquerosos cuyas fotografías el profesor me enseñaba con ojos golositos como diciendo, esto es lo que quería comprobar, admíralo. Básicamente, a lo que quería llegar era encontrar posibles efectos secundarios para buscar posibles remedios a lo que yo le pregunté cuales y a lo que él me recomendó una serie de hábitos bastante lógicos para los cuales no hace falta ondear a rata alguna.
Por ejemplo, una de las medidas de prudencia es evitar que los niños menores de 12 años hablen por móvil. Esto es evitar que tengan uno; tampoco es que sea ningún drama. Yo tuve mi primer móvil cuando me lo pude costear (en la segunda década de mi vida). Antes de eso nunca necesité enviar un mensajito a nadie para vivir. Otra de las medidas es la de cambiar el aparato de oreja de forma regular especialmente en conversaciones largas. Tampoco es que sea un consejo muy currado, porque cuando se me calienta la oreja (llegué a pensar un día que era el aliento de la persona con quien hablaba) cambio el teléfono de lado sin necesidad de haberle consultado al Dr. Vander Vorst. Otro método para reducir la agresión es hablar menos y escribir más sms. Es decir, darle más al dedo y menos a la lengua.
Por último, y saltándome los penúltimos, propone limitar el uso del teléfono cuando haya dificultades de recepción de señal: bajo tierra o durante desplazamientos rápidos. Con lo cual, en situaciones de emergencia como es estar perdido en una cueva con los trogloditas o ser testigo de un secuestro de un avión, ni se te ocurra coger el teléfono porque yo he visto los tumores en las fotos y puedes acabar con cara de rata.
Por ejemplo, una de las medidas de prudencia es evitar que los niños menores de 12 años hablen por móvil. Esto es evitar que tengan uno; tampoco es que sea ningún drama. Yo tuve mi primer móvil cuando me lo pude costear (en la segunda década de mi vida). Antes de eso nunca necesité enviar un mensajito a nadie para vivir. Otra de las medidas es la de cambiar el aparato de oreja de forma regular especialmente en conversaciones largas. Tampoco es que sea un consejo muy currado, porque cuando se me calienta la oreja (llegué a pensar un día que era el aliento de la persona con quien hablaba) cambio el teléfono de lado sin necesidad de haberle consultado al Dr. Vander Vorst. Otro método para reducir la agresión es hablar menos y escribir más sms. Es decir, darle más al dedo y menos a la lengua.
Por último, y saltándome los penúltimos, propone limitar el uso del teléfono cuando haya dificultades de recepción de señal: bajo tierra o durante desplazamientos rápidos. Con lo cual, en situaciones de emergencia como es estar perdido en una cueva con los trogloditas o ser testigo de un secuestro de un avión, ni se te ocurra coger el teléfono porque yo he visto los tumores en las fotos y puedes acabar con cara de rata.
1 comentario:
Estoy al día!!
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