martes, 27 de julio de 2010

Cuando la tiza marcó el compás

Tres días después del brutal suceso de Duisburgo ya es hora de esclarecer por qué no. Por qué no se evitó lo que ocurrió y cómo es posible que hoy, en pleno siglo XXI, en Alemania, una aglomeración humana quede atrapada en una ratonera de ese modo. Lo leo en el autobús por la mañana y siento una punzada en el estómago. Morir aplastado…

Por la noche, en el Café Libertad, 8, vivo otra sensación muy intensa que me remueve por dentro pero que no tiene absolutamente nada que ver con la anterior. Aquí no hay una marca blanca de tiza en el suelo a la salida de un túnel sino vigas de madera y terciopelo azul Marino.

El violín lo llena todo. Es sobrecogedor. El cantautor (cansautor) a quien acompaña, que era el principal reclamo, ha quedado en un segundísimo plano. Peor. Fuera de escena. A mis ojos no existen más que ellos dos. Él, músico y él, violín. Ese instrumento pequeño y manejable que obliga a su maestro prensarlo entre cuello y hombro (no vaya a salir danzando), causa en mí un efecto peligrosamente hipnótico de atontamiento enamoradizo. Una preciosidad.

En ocasiones, mi estómago se encoge y mi respiración se acelera empujados por emociones que me pillan de sorpresa al hacer cosas tan previsibles como leer la página de un periódico o entrar en una mítica sala de conciertos de Madrid.

1 comentario:

Tenochtitlan dijo...

Pensar en un violín bailando me ha hecho acordarme de este violín en movimiento: http://www.youtube.com/watch?v=rzFCLdN9dMA

Espero que te guste ;)

Mua!