No se calla la luciérnaga. No para de hablar. Es muy, muy pesada. Pesadísima. Un coñazo de bicho. Intento evadirle mirando por la ventana y veo 4 personas saludándome desde ahí fuera. Están levitando a 5 pisos de altura.
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Entonces, a mi lado, el insecto ha desaparecido por fín y veo en su lugar a Tintín totalmente sopa. Al rato, abre un ojo y me mira con cara de saber algo que prefiriría no haber oído nunca. No sé qué será. Quizás él tampoco. Pero por su mueca de fastidio y preocupación parece poseer una información que, sin él desearlo, le hace ser demasiado valioso para la mafia rusa. La pista me la da este tema de El Cascanueces que estalla en mis oídos a 185 decibelios sobrepasando, por mucho, el umbral del dolor humano.
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Todo esto me parece formar parte de la más absoluta normalidad. Hasta que, poco a poco, lentamente, sin prisa y sin ganas, voy despertando. Ato cabos y nada encaja. Nada tiene sentido, lógica ni explicación. ¿Se trata de una realidad llena de defectos inexplicables? ¿Otro sueño rallante de verano? Me pregunto si es posible volar sin alas, conversar con un animal diminuto y acostarse o, más bien, levantarse con un personaje de cómic.
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Paradojas, cataclismas, ectoplasmas. Hay días muy raros y noches que merecen la pena ser dormidas.
1 comentario:
Mira que te vi el viernes y no me lo contaste! Desde que no compartimos desayuno nada ya nada es lo mismo!
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