Hace dos noches, al salir de ver un match de improvisación me pregunté: “Pero, el día a día ¿no es una continua improvisación?” Y me contesté: “Pues, no del todo, no exactamente o no todo lo que quisiera, porque en esta vida se han repartido ya muchos roles”. Increíble e innovadora reflexión. Ejem, ejem.
Vamos a ver. Cuando entro en un vagón de metro, suelo comportarme siempre del mismo modo. Generalmente, busco un hueco libre para sentarme o un lugar con una barra cerca para poder agarrarme en caso de tener que quedarme de pie. Si he tenido suerte encontrando un asiento, tal vez deje de tenerla cuando, como el otro día, llega una persona con mucho pelo blanco. Deduciré por ello que es mayor y que debo cederla el sitio. Suelo pensar de ese modo porque, aunque nunca recibí Educación para la Ciudadanía y aunque en la ventana de sitios reservados solo aparecen el monigote de embarazada, el de un hombre con bastón, el del brazo escayolado y el de la mamá llevando un bebé, y no una persona de piel arrugada cual garbanzo, a mí me han enseñado que, aunque yo esté agotada, por mucho que haya caminado ese día y a pesar de las heridas que me hayan hecho las sandalias nuevas, tengo que ser amable con los ancianos. Y tengo que agenciármelas para reunir elementos que me den pistas de la edad que puede tener el ciudadano que acaba de llegar.
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Decido levantarme y cederle mi lugar. El hombre se enfada e increpa: "¿Me estás llamado viejo? Pues estoy muy fuerte." Por lo que me vuelvo a sentar y le digo en un tono tan relajado que molesta: "Ya, pero tiene más canas que yo".
La conversación pudo acabar en una discusión. Odio discutir. O en un diálogo cero interesante, lleno de bostezos por mi parte y de gritos por parte del hombre prehistórico. Pero la historia se cortó justo ahí porque llegué a mi parada. (O ella llegó a mí. O el conductor del tren me llegó a ella. ¡Basta!)
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En cualquier caso, el señor (robusto como un roble nevado) y yo, no dejamos de ser dos simples viajeros utilizando el transporte público. Y punto.
En cualquier caso, el señor (robusto como un roble nevado) y yo, no dejamos de ser dos simples viajeros utilizando el transporte público. Y punto.
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El mundo de la improvisación teatral es algo distinto. Distinto al teatro, en el que se da vida a un solo personaje durante toda la obra, y diferente de la realidad cotidiana en la que también tenemos unos papeles asignados para comportarse como se espera que hagas en la esfera social, y así todo vaya sobre ruedas. Suavecito, sin asperezas.
El mundo de la improvisación teatral es algo distinto. Distinto al teatro, en el que se da vida a un solo personaje durante toda la obra, y diferente de la realidad cotidiana en la que también tenemos unos papeles asignados para comportarse como se espera que hagas en la esfera social, y así todo vaya sobre ruedas. Suavecito, sin asperezas.
En la impro el actor puede convertirse en quien él desee sin (apenas) guión previo. Puede pasar de ser un simio anestesiado a hacer las veces de payaso cirujano en un musical. Puede meterse en el pellejo de un boyscout que busca gamusinos y, dando tres pasos laterales, bordar la interpretación de un mapache infeliz. Eso sí, cada sketch sigue siempre una lógica ya que cuenta con un árbitro/presentador, unas reglas que le dan sentido al juego/espectáculo y, otra pieza fundamental, el público/jurado que, muerto de risa y con ansias de más, se encarga de dar paso a los actores cada vez que entona el Cinco, cuatro, tres, dos, uno… ¡IMPRO!
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1 comentario:
Y que me dices de las gordas que parecen embarazadas?
Trastorno obsesivo compulsivo y nose que mas leches... jeje muy bueno!
Pues no sé Unamuno pero tu escribes como ninguno!
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