lunes, 31 de mayo de 2010
Berto Mates
martes, 25 de mayo de 2010
Cinco, cuatro, tres, dos, uno... ¡IMPRO!
Vamos a ver. Cuando entro en un vagón de metro, suelo comportarme siempre del mismo modo. Generalmente, busco un hueco libre para sentarme o un lugar con una barra cerca para poder agarrarme en caso de tener que quedarme de pie. Si he tenido suerte encontrando un asiento, tal vez deje de tenerla cuando, como el otro día, llega una persona con mucho pelo blanco. Deduciré por ello que es mayor y que debo cederla el sitio. Suelo pensar de ese modo porque, aunque nunca recibí Educación para la Ciudadanía y aunque en la ventana de sitios reservados solo aparecen el monigote de embarazada, el de un hombre con bastón, el del brazo escayolado y el de la mamá llevando un bebé, y no una persona de piel arrugada cual garbanzo, a mí me han enseñado que, aunque yo esté agotada, por mucho que haya caminado ese día y a pesar de las heridas que me hayan hecho las sandalias nuevas, tengo que ser amable con los ancianos. Y tengo que agenciármelas para reunir elementos que me den pistas de la edad que puede tener el ciudadano que acaba de llegar.
La conversación pudo acabar en una discusión. Odio discutir. O en un diálogo cero interesante, lleno de bostezos por mi parte y de gritos por parte del hombre prehistórico. Pero la historia se cortó justo ahí porque llegué a mi parada. (O ella llegó a mí. O el conductor del tren me llegó a ella. ¡Basta!)
En cualquier caso, el señor (robusto como un roble nevado) y yo, no dejamos de ser dos simples viajeros utilizando el transporte público. Y punto.
El mundo de la improvisación teatral es algo distinto. Distinto al teatro, en el que se da vida a un solo personaje durante toda la obra, y diferente de la realidad cotidiana en la que también tenemos unos papeles asignados para comportarse como se espera que hagas en la esfera social, y así todo vaya sobre ruedas. Suavecito, sin asperezas.
En la impro el actor puede convertirse en quien él desee sin (apenas) guión previo. Puede pasar de ser un simio anestesiado a hacer las veces de payaso cirujano en un musical. Puede meterse en el pellejo de un boyscout que busca gamusinos y, dando tres pasos laterales, bordar la interpretación de un mapache infeliz. Eso sí, cada sketch sigue siempre una lógica ya que cuenta con un árbitro/presentador, unas reglas que le dan sentido al juego/espectáculo y, otra pieza fundamental, el público/jurado que, muerto de risa y con ansias de más, se encarga de dar paso a los actores cada vez que entona el Cinco, cuatro, tres, dos, uno… ¡IMPRO!
15 de mayo en 25
lunes, 10 de mayo de 2010
Raya de noche continua
La nueva fiebre universitaria se llama lipdub. Así lo observamos en nuestra tarde de terapia musicopictórica que enlazamos con una llamada: “¡Hola! Tú no eres Javi. ¿¿Qué has hecho con él??” y una respuesta: “No sé. Alguien se dejó anoche este teléfono en mi casa.”
Encontrado por fin el payo cerdeño* amante de las rotondas, vamos a dar saltos Loquillos. El micrófono se niega a interpretar al Chivi. Otra vez será.
Me cae ceniza en el hombro. Un cigarro, supongo que será. Miro para arriba y recuerdo lo que han dicho en la radio: repite visita la nube del volcán impronunciable. Ey... Eyjaffff.... Eyjafjalla. Eso.
Regresamos al barrio con el maletero a rebosar por mudanza de armario, las alfombrillas arrugadas como acordeones, el limpiaparabrisas a su máxima potencia, la clásica duda (¿los cristales se desempañan con frío o con caliente?), una mención al bloggero, y un debate sin mucha miga que no necesita confirmación: Moncloa está en el kilómetro 3.
La lluvia me ha quitado la raya continua que me pinté en el ojo, la ha estirado y la ha pegado a lo largo de la calzada. Se la regalo. Total, le queda mejor que a mí.
jueves, 6 de mayo de 2010
Cuenticando
lunes, 3 de mayo de 2010
Mejor que una montaña rusa
Cambiamos de escenario para disfrutar, por primera vez en directo, de uno de mis reclamos cuando I´m becoming paranoid: The Sunday Drivers quienes me trasladan muy contenta al siguiente grupo más esperado.
- "Es Buenísimo".
- "Sí, pero no puedo saltar más. ¡Qué lo detengan!"
- "Lucky, lucky, we are so lucky!"
- "Yes, yes, but ¡Que pare ya!"
El culpable es Franz Ferdinand. El más alto en el ranking. Enorme concierto. Y no esperaba menos.
Con Una Ópera Egipcia del grupo planetario tuve la sensación de haber visto ya a todos los gordos. Entrada la noche, Pacamóvil 1 y Pacamóvil 2 se desplazan una hora de carretera hasta La Zenia donde nos ofrecen techo y suelo. ¡Ah! y colchón de verdad para las chicas, no de los hinchables, de los que Cami deshincha y dice a su amigo en francés “Quel con!”, y el supuesto con lo vuelve a hinchar y Cami se lo deshincha por segunda vez quitándole el tapón, y así una y otra vez, y los demás con nuestro tacetone con galletas pensando que qué tarde es y qué sueño, pero qué risa y qué dolor de tripa.
El sábado bajamos con tiempazo a la playa donde hay intentos de volar una cometa con un ala chata ("¡Tensa más la cuerda!") mientras miramos de reojo el partidazo de volley de los inglesitos de al lado. Comenzamos la reedición de la Guía Michelín 2010 a pesar de mis protestas: "Mis michelines ni hablan ni tienen vida propia". Tratamos de alcanzar nadando la boya que algún truhán va alejando a medida que nos acercamos. Comemos una paella insuperable (discrepo de la cabecera de la mesa: la paella no siempre está rica) y bebemos sangría (la sangría casi siempre sí).
Diálogos para iniciar una conversación que puede desembocar en... cualquier cosa. Por ejemplo, en las manos de la gente con carita feliz los minis de cerveza (Estrella Levante) saltan por los aires, te riegan entera empezando por la espalda, y:
- "¡Qué paxa Pachi!"
- "Yo no soy Pachi… ¡pero da lo mismo! Venid con nosotros esta noche que hay un dj en el quinto piso de tal y cual el lugar es lo de menos".