Sampedro ha abierto las puertas. Las del cuarto de bicis que vende a precio de ganga. Aunque, todo hay que decirlo, es imposible encontrar la bicicleta perfecta, debido a la cantidad de manos que han usado su timbre, culos su sillín y pies sus pedales. Por eso hay que sopesar qué es lo que menos te importa que le falte o falle. En mi caso, una bici debe reunir al menos dos características: barra baja y tres marchas para poder subir (y no tener que hacerlo andando) las pendientes de la ciudad.
Sin embargo, mi visita a Sampedro no ha sido para comprar una bici sino para dejar en cuarentena la que heredé hace diez meses: ¿que qué la pasó? Que cuando fui por aquel entonces al punto de encuentro la pobre estaba maltratadísima. La habían dado por todas partes. No la pudieron robar porque el candado es de una calidad extra pero cortaron el cable del freno trasero, la quitaron los manguitos que cubren el manillar y se intentaron llevar la luz de dinamo que tanto me gusta. Eso por parte de los humanos. La lluvia se encargó de oxidar la cadena y la cerradura del super candado. El tiempo, de desinflar las ruedas.
Mañana la recuperaré sanada gracias a que ahora está en el taller de este asturiano, nuestro papi local. Gracias a que él se vino hasta mi casa en su coche rojo. A que trajo consigo un aceite engrasador y antioxidante. Gracias a que con eso consiguió que la llave girase (evitando la amputación de la cadena) y que la bici quedase libre del poste al que estaba amarrada, su prisión de las últimas semanas.
Menudo beso estridente le planté aquel día: ¡Gracias Sampedro!
1 comentario:
Sampedro-como e-ra calvo-le pica-ban los-mosquitos-y su pa-dre le de-cía ponte el go-rro sam-pedrito!
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