El maestro corregía en tinta roja con un bolígrafo azul.
Yo, a su lado, le miraba y escribía (esto) en azul con boli rojo.
El maestro era maestro porque tenía el jersey manchado de tiza, llevaba un maletín de piel marrón claro muy desgastado y hacía anotaciones con mucho cuidado, con dulzura incluso, en redacciones que guardaba en una carpeta titulada Grupo B. Quizás no escribía más rápido, o con menos tacto, a causa de la tirita que asfixiaba su dedo índice.
Cuando llegó al folio de una alumna que se llamaba como yo, subió de repente la mirada hacia mí, frunció el ceño y pasó a la siguiente página. Así de sencillo es pasar de página.
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