sábado, 27 de septiembre de 2008

De aviones

Hubo una época en la que el avión era para mí un medio de transporte de lujo que solo escogía cuando la otra opción era el barco. Me inclinaba en su lugar hacia el autobús o el tren. Pero desde que los precios casi no son precios (0,0 € con Ryanair) y desde que me he ido a muchos kilómetros de Madrid, no me ha quedado otra que volar. Y tanto lo he hecho que el otro día acabó una función de teatro y antes de levantarme de la butaca busqué el cinturón de seguridad para desabrochármelo.

Resulta que todos caemos en ese ¡Compre, compre! sin darnos cuenta de que las tasas vienen por detrás y cuando te das la vuelta ya se han pegado a tu billete. Pero las mías por el momento han sido bastante moderadas consiguiendo que venir hasta aquí cueste prácticamente lo mismo que el trayecto en bus Madrid-Segovia-Madrid.

En ese ir y venir a veces creo que tengo suerte y cara de buena persona. Esa es mi conclusión al analizar algunos hechos. Especialmente en cuanto a bultos y peso se refiere. Y lo digo en comparación con otros viajeros que me advierten que tenga cuidado porque:
1. “He llevado una maleta (que cabía de sobra en la jaulita que mide sus dimensiones) y mi ordenador y me han hecho facturar una de ellas cobrándome 5€/kilo”.
2. “Hemos intentado pasar varios quesos delicatessen (que habían sido elegidos cuidadosamente) por la línea policial y nos han dicho que tenían que estar envasados al vacío. En vez de que se los quedaran ellos hemos salido de la cola y se los hemos querido regalar a alguien. La primera persona los ha denegado por miedo a que le envenenáramos y la segunda los ha cogido con una sonrisa y un merci beaucoup”.
3. Como los sitios no están numerados, “hemos viajado pegados al baño atrás de todo con tanto calor que el sudor nos hacía resbalar del asiento”.

Pues bien. Mi última experiencia fue la siguiente. En primer lugar me llevé maleta (que superaba por mucho el peso y medidas permitidas), mochila y bolso. Fui directamente a la cinta que lo pasaría por los rayos X y el policía muy amable, “déjeme que le ayude con sus bolsas”.

A continuación la mujer que mira la pantalla “¿qué es eso que lleva en el tarro de cristal”. Eso era miel deliciosa de mi pueblo. Le había dicho a mi madre que eligiera una que estuviera bien solidificada. Ella eligió un tarro de cristal con medio kilo y lo envolvió en burbujas. Así que le contesto, “miel de mi pueblo”. “Enséñemelo”. Mis padres (en adelante, paps) al otro lado del cristal observaban la situación intentando leer nuestros labios. Me veían desenvolver su paquete y mostrárselo a la señora. “¿Ve? No se mueve. No es líquido”. Y me responde “Ande, guárdelo antes de que el calor lo licue y no se lo deje pasar”. Les tiro un beso a mis paps (lo leyeron perfectamente) y les guiño el ojo, algo que solo consigo poniendo un gesto de imbécil por lo que nunca lo uso como sexy llamada de atención. Lo más curioso es que el bocadillo de jamón y queso envuelto tan solo en papel albal pasó tan campante probablemente protegido por la agresiva miel.

Por último. En cuanto al orden de entrada al avión, hay un cuadradito en internet dentro de datos de pasajero con la opción: ¿Desea ser uno de los primeros pasajeros en embarcar? Yo no lo elegí pero una vez en el aeropuerto cambié de opinión. Para bajar a la pista entré cojeando en el ascensor para minusválidos llegando a ser la primera en embarcar. Espero la suerte me acompañe.

2 comentarios:

Le Nzzo dijo...

sabes que siempre tardo en contestar.
soy un tardón.
las historias de aviones me producen terror, nada que ver con spanair, solo con los cambios de presión.

quizá deba acercarme a bruselas, don´t you think?

Moi dijo...

Cher Mr,
Truman superó el miedo al mar.