viernes, 19 de septiembre de 2008

Bernabeu - Bate Borisov

Una vez más he sufrido un desengaño. Lo que creí que sería el fútbol es… otra cosa. Precisamente un día después de una acalorada discusión nocturna sentados en el parque sobre la cultura del fútbol, recibo una invitación para ir por primera vez al Santiago Bernabéu. Línea 10 de metro. Los vagones quedan prácticamente vacíos y nada más salir a la calle reparten una revista con datos técnicos de los equipos. Hoy se juega contra Bielorrusia.

Miro a mi alrededor. ¿Qué veo? Pues que sumando características y haciendo la media, la figura que más representa a un aficionado es la de un hombre moreno de 1.75 m de altura y 30 años de viejura. A mi espalda, un par de puestos con merchandising y con minis de cerveza y pipas. Delante de mí, una pareja de policías paseando a caballo hacen que por un segundo me despiste. ¿Esto es el hipódromo? No. Es la Champions League. Por fin podré gritar en vivo y en directo ¡Hola fondo norte! como tantas veces ensayé en el autocar de excursiones del cole. Desenfundo mi entrada y allá voy. Para lo cual me fijo en el asiento que me va a corresponder. No tengo más que leerlo... Y releerlo. ¡Y releerlo! Y por fin ubicarme. Estoy en: Puerta D. Vomitorio 529-N. Sector 629. Fila 0005 (¡tantos ceros me anulan!) Asiento 007 (el de Mr. Bond).

Hasta ayer, cada vez que se mencionaba el Estadio o pasaba por delante, me decía: solo conozco cuatro cosas de este lugar. Empezando por la primera y llegando a la cuarta pasando por las otras dos, aquí están:
1. El césped. Porque mi hermano trabajó en su sofisticada instalación.
2. El entretiempo. Para mi primo uno de los momentos estrella es el bocadillo de tortilla.
3. Los ingresos. Porque estuve pensando trabajar de azafata de un palco.
4. Un libro. El que escribió un periodista infiltrado en los ultras sur. De hecho nada más llegar he preguntado a un aficionado que dónde estaba el garito El Refugio (el de los ultras). Justo al otro lado, me dice. Lástima.
Mientras desciendo las escaleras desde lo alto pienso en lo fácil que sería marearse y caerse rebotando hasta abajo. Estoy junto a unos bielorrusos que acaban de colgar sus banderotas y de salir en la gran pantalla. Para sentirme integrada me dedico a repetir lo que dicen y me bielorrusa (me vuelvorrusa).
A partir de ahí, nos mandan sentarnos. Salen los jugadores. Se saludan. Una enorme bandera con forma de balón es ondeada por un montón de niños en el centro del campo. Se despeja el campo. Se preparan los dos equipos y pííííííííííí. Empieza el partido con el marcador 0-0. En realidad para mí el show ha empezado ya hace un rato pero sigo sin entender del todo la lógica del espectáculo al que acudo. Lo que tengo claro es que la gran cantidad de gente que hay a pie de pista me tiene mucho más entretenida que los jugadores en sí. Entre estas personas están los fotógrafos. Se sientan detrás de la portería con unos objetivos tan largos que más que conseguir el efecto cercanía del zoom lo que hacen es que la cámara toque físicamente la pelota. Hay además chicos y chicas muy arregladas sentadas en sillas mirando hacia las gradas. No sé muy bien si están para controlar revueltas o simplemente castigadas sin ver el partido (a pesar de que las he visto mirando atrás con el rabillo del ojo).
También están castigados los suplentes. Están calentando en el lateral izquierdo. Están mirando a sus compañeros y parecen estar deseando que se fracturen un par de tobillos (o tres) para salir a reemplazarles. Algo que ha ocurrido enseguida y que ha obligado a los camilleros con camisetas fosforitas a correr al auxilio de un jugador de acá, español. Han llegado volando y se han llevado al deportista igual de veloces. Poco tiempo después ha habido otra llamada de socorro. Este segundo futbolista era del más allá, de los invitados, y han ido a recogerle como quien va a comprar el periódico un domingo por la mañana con su perro de 80 años (edad humana). Sin prisa ninguna. El partido sigue aburridísimo. De 1-0 a favor del equipo anfitrión se pasa a un 2-0 tras un gol en propia puerta de los bielorrusos que me da más pena que risa.
Los que mejor se lo han pasado al final han sido los ultras en el Fondo Sur, justo al otro lado del estadio. A ellos no solo les permitían levantarse sino también desplazarse derecha e izquierda el tiempo y las veces que quisieran. Les dejaban incluso hacer movimientos que me recordaban a aquel baile de la pequeña Miss Sunshine.

Se acaba su función. Fin del partido. Fin de esta historia.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

El fútbol no es una cuestión de vida o muerte.

Es algo mucho más importante.

Moi dijo...

Yo lanzo la pregunta (a la portería): ¿Tanto?

Anónimo dijo...

U más