La lluvia sale cara. Hoy, bajo un chaparrón sin escapatoria y a falta de dos horas para entrar a trabajar, sola y desvalida, me he refugiado en un restaurante a tomar lo más pequeño que tuvieran (un expresso), y a escribir, y, al mirar la lista de precios, me ha empezado a temblar el pulso y con él, las letras. La lluvia me ha costado dos euros con ochenta.
Ayer fue diferente. Hizo muy buen tiempo y me fui con mi cuaderno al Jardín Botánico. De repente, gritos jubilosos, cantos cíclicos, palmas frenéticas, el tam tam de una darbuk: una boda mora. Sobre mis hombros, mecidos por la brisa, se posaron miles de diminutos corazones de papel rosa aterciopelado (puaggg). Caían suavemente, no como en España donde los granos de arroz parecen munición para acabar con el/la novio/a.
Después, un cámara andando para atrás grabando a unas 50 personas encabezadas por los recién casados y a su alrededor varios niños (que ya se han quitado la corbata) y niñas (que horas antes habían amenazado con dejar de respirar si no les vestían de Sisí Emperatriz).
En segundo lugar van las señoras bien tapadas pero al menos con colores claros. En la cola del grupo, los hombres quienes a diferencia de profesar un (aparente o real) respeto ejemplar hacia sus mujeres al resto nos pasan por su escáner visual sin tapujo ninguno.
Antes de levantarme e irme me he quedado embobada viendo como dos de los niños, aprovechando los potentes rayos de sol, quemaban hormigas con una lupa rodeándolas previamente con un cerco de piedras. El exterminio ha terminado con la recogida de cadáveres por el resto de la comunidad hormiguil que, horrorizada por los días soleados, desfila entonando sus plegarias “que llueva que llueva la Virgen de la Cueva”. Sus deseos se han hecho realidad hoy. Demasiado tarde.
Ayer fue diferente. Hizo muy buen tiempo y me fui con mi cuaderno al Jardín Botánico. De repente, gritos jubilosos, cantos cíclicos, palmas frenéticas, el tam tam de una darbuk: una boda mora. Sobre mis hombros, mecidos por la brisa, se posaron miles de diminutos corazones de papel rosa aterciopelado (puaggg). Caían suavemente, no como en España donde los granos de arroz parecen munición para acabar con el/la novio/a.
Después, un cámara andando para atrás grabando a unas 50 personas encabezadas por los recién casados y a su alrededor varios niños (que ya se han quitado la corbata) y niñas (que horas antes habían amenazado con dejar de respirar si no les vestían de Sisí Emperatriz).
En segundo lugar van las señoras bien tapadas pero al menos con colores claros. En la cola del grupo, los hombres quienes a diferencia de profesar un (aparente o real) respeto ejemplar hacia sus mujeres al resto nos pasan por su escáner visual sin tapujo ninguno.
Antes de levantarme e irme me he quedado embobada viendo como dos de los niños, aprovechando los potentes rayos de sol, quemaban hormigas con una lupa rodeándolas previamente con un cerco de piedras. El exterminio ha terminado con la recogida de cadáveres por el resto de la comunidad hormiguil que, horrorizada por los días soleados, desfila entonando sus plegarias “que llueva que llueva la Virgen de la Cueva”. Sus deseos se han hecho realidad hoy. Demasiado tarde.