Y entonces yo me empiezo a sentir mal por TODO y por TANTO. Así de tajante, sin un beso o un abrazo concluía un email que me llegó de Maputo hace dos inviernos y que, desde la primera línea con las declaraciones de un local: Me llamo Resic y soy voluntario en Meninos do Moçambique, cerró mi estómago y trastocó mi día.
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Hablaba de la experiencia de compartir varias semanas con los niños de la calle. Es decir, de niños y jóvenes de seis a veintipocos años sin familias y sin recursos que se agrupan en casas abandonadas para sobrevivir. Cada uno con un pasado a sus espaldas (algunos huérfanos por culpa de la malaria, la tuberculosis o el Sida, otros enviados a la ciudad en busca de una oportunidad mejor o estigmatizados y expulsados de su comunidad) y todos con el mismo futuro: el inmediato. El de vender hoy un camarão y medio y mañana ya veremos si cae algo en la red, si consigo probar bocado, si me roban o si descubro que a mis 15 años voy a ser mamá.
Anoche una imagen me devolvió ese pinchazo incómodo. Molesto. Volví a sentirme mal por tener tanto en una sociedad que, sin embargo, tiene mucho que mejorar. Fue al atravesar el callejón del Arco del Triunfo que une la calle y la Plaza Mayor. Varias personas sin hogar estaban echadas en sus camas de cartón. La última de la fila me llamó la atención porque hacía algo que me gusta hacer a mí si no estoy demasiado molida: leer una página de ficción como trampolín al mundo de los sueños. El hombre también leía un libro pero en el suelo frío de marzo. Me entró un flús de empatía por la vía del egoísmo al pensar que su lugar podría haberme tocado a mí y... pasé de largo.
Anoche una imagen me devolvió ese pinchazo incómodo. Molesto. Volví a sentirme mal por tener tanto en una sociedad que, sin embargo, tiene mucho que mejorar. Fue al atravesar el callejón del Arco del Triunfo que une la calle y la Plaza Mayor. Varias personas sin hogar estaban echadas en sus camas de cartón. La última de la fila me llamó la atención porque hacía algo que me gusta hacer a mí si no estoy demasiado molida: leer una página de ficción como trampolín al mundo de los sueños. El hombre también leía un libro pero en el suelo frío de marzo. Me entró un flús de empatía por la vía del egoísmo al pensar que su lugar podría haberme tocado a mí y... pasé de largo.
Por otro lado, como dijo mi briquero preferido, a cada uno nos toca solventar nuestra batalla. Y la mía ahora está en son de paz bajo vigas de madera al descubierto, táper para dos y sonrisas preciosas en el subsuelo del Arenal.
---------------------------------------Título robado de esta canción-------------------------------------------------
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