martes, 29 de marzo de 2011

Swingueando en BCN

No son precisos más que dos días en la Ciudad Condal para descubrir que en ella se lleva el swing. Se lleva en la cara de feliz complicidad del que baila el lindy-hop.




Se lleva en el calzado: unas cómodas zapatillas o unos apropiados zapatos de suela de cuero aptos para el giro y el desliz.

Y se lleva en la larga tradición de jazz en Barcelona cuyo Hot Club presume de ser uno de los primeros en toda Europa reservado a este estilo musical estadounidense.


En los años 20 (del siglo pasado), el baile que surgió al improvisar pasos sobre acordes de jazz, ragtime y dixieland tomó el nombre de swing, es decir, balanceo. El balanceo de un tiempo a otro del compás que generaba sensación de tensión - relajación a cada golpe de ritmo causó furor en las pistas.


Cien años después, esa pasión sigue viva cada domingo en la Plaza de la Virreina donde los escasos mirones empiezan a mecerse por las baldosas (tenso-relajo, tenso-relajo, roc- terra, roc - terra) hasta acabar entrando de un ¡hop! en el Savoy Ballroom catalán.

Degustación de Gaudí

jueves, 24 de marzo de 2011

Sombreretada al canto

Tener tantos bolsos jipis de justa calidad implica que las probalidades de tener los bolsillos rotos o el forro rajado sean bastante altas y, como consecuencia, que esos agujeros negros engullan todo cuanto toquen como el espíritu Sin Cara del Viaje de Chihiro (Sen, ¿por qué te pasas gritando toda la película?)
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Bolis, horquillas, llaves, un pendiente, clinex (en plural, ¿clinexes?), caramelos miel y limón calm, un botón, un ticket de compra imprescindible, etc. Todo desaparece hasta que el día que vuelvo a coger el bolso verde de espejos los objetos vuelven a ver la luz. O no. Porque si la tarde anterior he tenido sesión mujercitas remendando bolsillos, en realidad me he dedicado a poner parches que hacen que todo quede apresado debajo del hilo. El caso es que extraviar objetos finos, pequeños o ligeros me pasa demasiado a menudo.
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Así, esta mañana, he bajado escopetada al metro mochila al hombro y cuando llego a la boca y palpo para buscar el abono transporte, me doy cuenta de que allí no estaba. Pero lo tenía localizado. Se me había olvidado en el otro abrigo.
Vuelvo a casa, llamo al telefonillo:
- "Porfa, tíramelo por el hueco de la escalera. Mételo en una bolsa con algo que pese como... una fruta, por ejemplo".
Qué gran idea.
- "¡Ahí vaaaaaaaa!"
Cuatro pisos abajo y... ¡PLAF! Compota de pera.
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Después de encontrar el abono dentro de la bolsa de papilla, lo he limpiado a duras penas e, impregnado de olor, he pasado el ticket por la ranura de la máquina que hace píii. Y allí se ha plantado. Ni pa'lante ni pa'trás.
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Dicen que hoy Lavapiés huele a macedonia.

viernes, 18 de marzo de 2011

¡Que viene, que viene!



Con miedo, nerviosismo, sorpresa, pasotismo absoluto, en silencio, con bigote, la boca desencajada o pavor alérgico. Mosaico de reacciones para afrontar la primavera.

jueves, 17 de marzo de 2011

Un disléxico en la conlusta

_"Mira, ahora vas a fijarte en cada una de estas láminas y vas a decirme lo que sientes"

Me enseñó una lámina con un cuadrado negro en el centro, así de simple.

_"¿Qué sientes?"

_ "Nada".

_ "¿Y ahora? _ dijo, enseñándome un rectángulo negro.

_"Nada".

Un rombo.

_"Nada".

Un hexágono.

_"Nada".

Un círculo.

Miré a Ernesto.

Su cara asomaba por encima de la lámina. Me estaban dando ganas de reír.

_"¿Qué siento ahora?"

_"Sí"

_"Que estamos haciendo el ligipollas".

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Se trata de un extracto de Psiquiatras, psicólogos y otros enfermos de Rodrigo Muñoz. Lo mismo tienen que incluirme entre los personajes de este libro porque a medida que voy pasando páginas, me río yo sola, en alto, libre y sin tapujos, a veces de forma peligrosamente descontrolada... Esté donde esté. Eso sí, no he abondanado el posorte tracidonial. Yo leo book.

viernes, 11 de marzo de 2011

"Beso extremeño"


He aquí el pastor más majete de toda la región.

A wonderfully imperfect world

Y entonces yo me empiezo a sentir mal por TODO y por TANTO. Así de tajante, sin un beso o un abrazo concluía un email que me llegó de Maputo hace dos inviernos y que, desde la primera línea con las declaraciones de un local: Me llamo Resic y soy voluntario en Meninos do Moçambique, cerró mi estómago y trastocó mi día.
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Hablaba de la experiencia de compartir varias semanas con los niños de la calle. Es decir, de niños y jóvenes de seis a veintipocos años sin familias y sin recursos que se agrupan en casas abandonadas para sobrevivir. Cada uno con un pasado a sus espaldas (algunos huérfanos por culpa de la malaria, la tuberculosis o el Sida, otros enviados a la ciudad en busca de una oportunidad mejor o estigmatizados y expulsados de su comunidad) y todos con el mismo futuro: el inmediato. El de vender hoy un camarão y medio y mañana ya veremos si cae algo en la red, si consigo probar bocado, si me roban o si descubro que a mis 15 años voy a ser mamá.

Anoche una imagen me devolvió ese pinchazo incómodo. Molesto. Volví a sentirme mal por tener tanto en una sociedad que, sin embargo, tiene mucho que mejorar. Fue al atravesar el callejón del Arco del Triunfo que une la calle y la Plaza Mayor. Varias personas sin hogar estaban echadas en sus camas de cartón. La última de la fila me llamó la atención porque hacía algo que me gusta hacer a mí si no estoy demasiado molida: leer una página de ficción como trampolín al mundo de los sueños. El hombre también leía un libro pero en el suelo frío de marzo. Me entró un flús de empatía por la vía del egoísmo al pensar que su lugar podría haberme tocado a mí y... pasé de largo.

Por otro lado, como dijo mi briquero preferido, a cada uno nos toca solventar nuestra batalla. Y la mía ahora está en son de paz bajo vigas de madera al descubierto, táper para dos y sonrisas preciosas en el subsuelo del Arenal.

---------------------------------------Título robado de esta canción-------------------------------------------------

miércoles, 9 de marzo de 2011

Metamirarse

Ayer no nos dieron el día libre para perdernos por los bares desahumados a brindar por las mujeres.


Pero tuvimos tiempo de disfrutar de un vermú tardío y de recorrer un húmedo laberinto velado de miradas inquietantes.


Miradas frescas.


Pintorescas.

A la virulé.


Miradas redrum...

La exposición está abierta hasta el 15 de mayo.

Vis(i)ta imprescindible.

martes, 8 de marzo de 2011

miércoles, 2 de marzo de 2011

Con cinnamomum zeylanicum para chuparte los rolls

Sin afán de hacer competencia a ningún bloguero como Mikel que se ha merecido a sus fieles seguidores (a pesar de que esos mismos lectores transformen luego sus recetas y le dejen comentarios tipo "Gracias, me salió riquísimo pero en vez del bacalao puse berenjenas, en lugar de la mantequilla, utilicé aceite de coco y como no tenía sal ni pimienta, salpimenté con comino ¡Gracias por tu idea!") yo estaba deseando hornear un post sobre cocina.

Además, últimamente me llegan estímulos en todas sus formas, olores, sabores y colores que apuntaban a ello. Llevamos una temporada aventurándonos con arriesgados experimentos (anoche, como protagonista, la mostaza de Dijon). Pensar en qué ingredientes comprar se ha convertido en un continuo. Y hoy he pasado 60 minutos escuchando un programa de música dedicada a la comida en el que han hablado de potenciar el sabor de las hamburguesas escuchando rock & roll, han explicado cómo superar la tentación de devorar el título de ciertas películas -Tomates Verdes Fritos, Chocolat- y han ilustrado el gran paladar que tiene Franz Ferdinand.

Al elaborar una receta entran en juego la creatividad, la superación, la improvisación, el orgullo, incluso la carcajada. Pero también el miedo, la desesperación, la impaciencia, el peligro (¡el extintor!) y, en ocasiones, la sensación de fracaso. Recuerdo de repente mi primera tortilla española. Tenía 15 años, era el Día Internacional de las Comidas y por algún motivo cuando puse mi plato con todos los demás, las patatas habían perdido su precioso color dorado y ahora eran... ¡Verdes! Escondí la bandeja detrás de un flan de huevo y nunca reconocí que ese ladrillo con musgo había sido mi aportación.

Ese capítulo aislado no consiguió desmoralizarme a la hora de ponerme un delantal. Mi fijación ahora es otra: la canela. Está buena con todo. Con fruta, en las bebidas, sola, en un postre o encima del helado. Ayer, al ponérmela en la leche, una parte fue a parar al filete de pescado que esperaba su paso por la sartén y, atención al veredicto: E-x-q-u-i-s-i-t-o. Me veo con este condimento como María, la mejicana, que nunca salía de casa sin su bote de chile.

Esta noche me marco unos cinnamon & rolls. Con tupé.