¡Aaaaaaaaaaarriba! De un salto, mi canción favorita y un sol redondo como un tomate, me sacan de la cama. Es domingo y es obligado salir a la calle.
Ya de paseo, un semáforo acaba de ponerse verde para los peatones cuando el golpe seco de un coche lanza a una niña por los aires como solo ocurre en las películas. Al volante, un señor de ochenta y muchos años, se reajusta las gafas: “No he visto… no me ha dado tiem...” Se traga estas justificaciones que le escuecen tanto por dentro como las lágrimas que riegan sus mejillas lo hacen por fuera.
Una persona que ha vivido mucho no ha permitido que lo hiciera el cuerpo con zapatos azules de muñeca que ahora yace en el suelo. Un reguero de sangre fluye de su cabeza.
Tres años. Eso fue todo.
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Fin.
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