Rondando la misma época en que me llevaron a ver el poste del post anterior, cuando aún era verano y no hacía falta llevarse chaqueta "por si refresca", me encontré de pronto una noche en Leganés entre estatuas humanas que colocadas a lo largo de una abarrotada avenida, habían recurrido a pintura de oro, cobre, bronce y otros metales para asemejarse a los materiales que emplean los escultores. La pareja más arriesgada había elegido un elemento al alcance de todos con el que se cubrieron y el cual dejaron secar hasta cobrar un aspecto de seres del desierto.
Había además, entre otros, un Gandhi rememorando la Marcha de la Sal, un Neptuno que había creado todo un escenario marino a su alrededor, un Charlie Chaplin sosísimo, una Geisha con pelos en las piernas, un soldadito de Toy Story muy logrado, la equilibrista amarilla sobre su bici color limón, etc. Pero nuestra favorita fue, sin duda, la limpiadora. Una chica plateada, agachada, mirando hacia el suelo con una balleta en la mano, un cubo con agua, una tela de plástico que daba la sensación de estar llena de jabón y un balde con el mensaje dedicado A las mujeres que silenciosamente han construido la Historia.
"Te hice millones de fotos. Nos encantaste" Esto se lo dije a ella, a la mimo, anoche. Había tenido un día de esos en los que ciertas preocupaciones me hicieron entrar en el metro con el ceño fruncido. Ví que en mi vagón, en mi parada, Tirso de Molina, se sentaba enfrente de mí la mujer.
Le digo: Hola, ¿Estuviste en Leganés el mes pasado?
La mima responde: Sí...
Yo: Te he hice millones de fotos. ¡Nos encantaste!
La mima, tímida (los mimos suelen expresar todo con el cuerpo para descansar la voz): Gracias.
Yo, fascinada por escucharla: No sabía que también actuabas por Madrid.
Ella: Sí, en la Calle Mayor.
Ella: ¿Cuántas paradas te quedan?
Le digo mirando el cartel de fuera: Una o... ninguna.
Pero tampoco ésa la terminó. Y así, con una explicación a medias, subí arrastrando los pies las escaleras subterráneas, subterrestres y subterrícolas pensando que o bien volvía a buscarla para que me revelase el final o me lo inventaba yo. Y en eso estoy. Acabando esta microhistoria con un olé a una mimo silenciosa, una alegoría que, mediante una sencilla iniciativa, nos hace dirigir la atención a aquellas mujeres que han construido y construyen la Historia acalladas por el botón mute.
1 comentario:
Eh???? Pues si!!!
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