La operación salida del viernes coincidió con un chaparrón nunca visto (por mí, claro). En un cruce de la avenida 25 de Setembro, nos quedamos bloqueados los coches que veníamos de todas las direcciones.
Un chico, voluntariamente, bajó de la chapa y actuó de guardia civil. Solucionó el colapso como quien deshace un nudo irreversible de una cadena de plata. La paciencia, la canción del ratón vaquero y tener un pasaporte diplomático agilizaron mucho el resto del viaje, y en especial, el paso por la aduana.
Esa noche en Komatipoort, para ir entrando en materia, cenamos carne sudafricana de buena fama y de mejor sabor. Los días siguientes tuve cierto sentimiento de culpabilidad al ver cómo me miraban los animales como en aquel episodio en el que un cordero suplica a Lisa Simpson No nos coooomas. Pasamos dos días observando la vida en libertad de los animales del Parque Kruger haciendo una noche en su interior para lo cual fuimos perfectamente equipados. Al kit siguiente hay que añadirle los prismáticos y la bolsa nevera:
Al llegar a la entrada que mejor venía a nuestro intinerario, al sureste del inmenso parque nacional, primera sorpresa: el río Cocodrile, se había desbordado y una parte del caudal pasaba por encima del puente. Más que puente era una pasarela al rás de la superficie del río.
Pero seguimos adelante a pesar de los cocodriles. La situación no era tan grave y habríamos perdido mucho tiempo dando la vuelta. No solo nos esperaba mucho bicho que ver dentro sino también una sabana que yo solo había visto en los reportajes de la 2 y en los libros de Ciencias Naturales de Vicens Vivens.
Sin bajarnos del coche, a excepción de las zonas permitidas (y cuando un guarda, escopeta al hombro, espontáneamente nos llevó a ver pinturas rupestres y unos cocodrilos bostezando o fardando de bocaza),vimos de todo. Existe lo que llaman The Big Five, los "peces" gordos que son el elefante, el búfalo, el rinoceronte, el león y el leopardo. Vimos los cinco. Mentira. No apareció el maldito león de los 2500 censados en toda la reserva. Y tampoco se presentó el leopardo pero sí vimos un guepardo y eso es todo un éxito ya que solo quedan alrededor de 200.
Pasaron por nuestro camino (a veces literalmente): la majestuosa jirafa, el hipopótamo juguetón, el ñú, el kudu, el impala siempre presente y siempre con la manada, la cebra de piel envidiable, el temible cocodrilo, la iguana, la culebra, el facochero hakuna matata, el babuino, el mono con pelo blanquecino cara negra y culo rosa y azul, y una serie inclasificable de aves de unos colores que no pensé que existieran más que en la caja de ceras manley.
Aprendí muchas cosas. Una de ellas, a conducir por la izquierda. Era el lugar perfecto para hacerlo porque la velocidad máxima permitida era 50 kilómetros por hora y siempre se circula más despacio. Otra, el arte que tienen los animales y las plantas de mimetizar. Las escamas de la culebra se parecen al tronco de la acacia. Las termiteras se confunden con la piel de algún mamífero tumbado. Las rocas grises, con el lomo del elefante. Las ramas secas de los árboles, con el perfil de un águila. Y así vas mezclando realidad con pura invención. Pero esas alucinaciones dejan de serlo cuando los prismáticos te acercan a la verdad que aunque no sea lo que esperabas, como mínimo, va a ser impresionante.
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