lunes, 20 de abril de 2009

¡Viva Gran Canaria!

He ido a Gran Canaria cuatro días por decisión propia... e impulsada por la amenaza de una amiga que me decía que corría el riesgo de no me dijo qué, pero algo grave, chungo y serio en cualquier caso, si el siguiente vuelo que cogiera no fuera directo a su isla.
A pesar de decirme a mí misma que iba a descansar y a no hacer nada de nada (lo mínimo para no rozar la mala educación), después de tirarme en la playa con cara de absoluta felicidad durante 5 minutos en bikini (que era como estar desnuda teniendo en cuenta que los últimos 6 meses no me he quitado el abrigo), ya tenía curiosidad por probar el agua; por hacer una carrera hasta la boya; por ir a trepar las rocas al final del paseo marítimo y por ver las flores amarillas fosforitas que contrastaban radicalmente con la tierra negra. Mi curiosidad se vio satisfecha.

También lo hizo cuando quise comprobar eso que dicen de que la isla es como un continente en miniatura. En una hora (y muchas curvas) has subido del nivel del mar a los cerca de 2000 metros y has bajado de los 25ºC a los 10ºC. Y es que en el centro de Gran Canaria se alza una zona montañosa donde pueden verse curiosas formaciones volcánicas llamadas roques. Desde Tejeda pude ver el Roque Nublo pero me quedé sin las prometidas vistas del Teide allá a lo lejos en la vecina Tenerife debido a la densidad de las nubes.



Por cierto, nuestro ascenso en coche había sido, como en los viejos tiempos, dos personas delante y cuatro detrás. Y también, como antaño, nada más dejar Teror (un pueblo teroríficamente bonito) alguien gritó: "¡¡¡La guardia civil!!!". Y otro: "!!Niño, al suelo!!".


El tercer día fuimos al sur donde están el sol y el calor. "El sol, ese bien tan preciado", me digo mientras miro las fotos rememorando aquellos días. Y ahora viene a cuento la introducción de un cuento que me contaron ayer:
Érase que se era un señor con tanta riqueza que se compró el sol. Por cada minuto de su consumo, facturaba a la gente del planeta tierra. Así, las personas con dinero salían de día a la calle porque podían permitirse tomar el sol y estar morenas. Las personas con poco dinero no podían pagar las facturas del “solímetro” y estaban pálidas porque salían a la calle únicamente cuando el sol se hubiera acostado. Un día los negros empezaron a tener miedo de salir a la calle por la noche porque estaba llena de blancos...


Igual de cotizado estaba el sol en la playa de Maspalomas: fue imposible aparcar. Así que allá a lo lejos y un poco más aún, donde se veían coches micromachine, dejamos el nuestro. Pero la masificación de bañistas en esta tierra se compensa con los precios. Es increíble que un café sea = a 0.90 céntimos cuando en esta vida ya nada cuesta cero coma algo sino algo coma mucho. El supermercado local, el del pequeño dinosaurio, Hiperdino, lo manifiesta en su publicidad: "¡Ño, qué precios!" Gracias a ellos pudimos llenar el maletero con todos los ingredientes necesarios para la barbacoa de la noche. Chuletas, alitas de pollo, pinchos morunos, etc.
Después de tirarnos por las dunas haciendo la croquetas y salir totalmente empanadas (siguen apareciendo granos de arena por la habitación) pasó lo que ocurre tan a menudo. ¡Qué desgraciaos! Nos robaron el bolso y con él, el tiempo y el buen rollo. Ahí empezó un largo proceso de anulación de tarjetas, de intentos imposibles de dar de baja el teléfono y de denuncia en la comisaría (uno de cuyos policías no dejó pasar la oportunidad de ligar con
mi morenaza anfiotriona).

Sin embargo el camping nocturno cerca del mar no se canceló porque nos dejaron una copia de las llaves del coche (el coche también, claro). Esa noche hubo luna llena gracias a la cual (dicen que ayuda) tuve que llenar mi mochila de tampax (precisamente esa noche de acampada libre, ggggggggrrrrrrrrrrrrrrrrrr). Y después de cenar, jugar al Partini, hablar de aborígenes (entre nosotros había uno, comprobado genéticamente) y beber Ronmiel (por el que he perdido la cabeza), nos fuimos a dormir. A mí me tocó con otros 4 en una tienda de tres. Bueno, en realidad éramos 5 más ¡UNA GARRAPATA! El parásito que agarrado a la oreja de su presa roncó toda la noche (aunque todos coinciden en que que fui yo), murió bajo la acción de dos instrumentos que teníamos a mano: un cigarro y una llave semioxidada.


Y colorín colorado (colorados los hombros por falta de crema protectora) este viaje se ha acabado.


(Gracias por todo, ninfa plateada).

3 comentarios:

rodrigo dijo...

Que recuerdos. Un buen sitio donde pasar unos días!

Ninfa plateada dijo...

jo....eres un solete!!!!Me ha gustado mucho leer tus días en Gran Cnaria, solo por leer vuelven las sonrisas y los sentimientpos vividos. Gracias por existir!!!!

Fatima Plata(madre) dijo...

Una cronica muy bonita, lástima lo del robo y la garrapata, pero creo que te llevastes muy buenos recuerdos