¡Alaaaaaa! ¡Qué caravana!
Pero mira, si no se ve ni el final de la cola.
Es increíble. Siempre igual. Fffffffffff.
Venga, conductor por favor, haga algo, lo que sea, pero vaya más deprisa.
Y ahora, ¿qué coño pasa? ¡Ah!, que se baja alguien.
De verdad, que llego tarde al trabajo. Y luego, ya se sabe.
Pero, ¿te das cuenta? ¡Si hasta nos adelanta una bici!
Esto no es normal. Qué desastre de transporte público. No se puede aguantar.
La misma canción un día y otro día. Y otro y otro y otro. ¡Qué asco de rutina!
Bueno, por fin llegamos.
Menos mal, sí, porque por fin se acababan los quince minutos de monólogo del chico del autobús. ¡Se piensa en silencio! (Y... no vuelvas a leerme la mente).
1 comentario:
La mía de esta mañana también ha sido buena (léase con acento macarra y situése en un vagón de metro petadísimo): "¿Queréis dejar de empujar ya de una vez, joder, que no veis que me estoy clavando el palo?"
La lluvia los nervios atrofia...
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