martes, 4 de octubre de 2011

Verdades categóricas

Las magdalenas son uno de los desayunos y meriendas que se encuentran siempre en todos los hogaresEntonces, ¡¿no vivo en un hogar?! 


Para elevar mi casa a dicha categoría y muriéndome por estrenar seis moldes de silicona, me remangué la camisa y me puse el delantal amarillo pollo dispuesta a pasar la prueba con mis primeras magdalenas. 


De todas las que había en el listado bíblico de tipologías de este bizcochito (que derivaba en unos instrusos cada vez más comunes, las muffins), elegí la magdalena clásica. Reuní los ingredientes y compré más cubiletes, esta vez de papel, para poder hacer al menos doce ejemplares. 


Conseguí la ralladura de cáscara de limón en el tamaño y cantidad deseados. Mezclé la harina, el azúcar, la mantequilla, la levadura y los huevos. Rellené con máxima delicadeza cada recipiente y metí, con todo el cuidado del mundo, uno a uno en el horno. Me relajé, puse un cd molón y me senté en el sofá con una sonrisa de aquí a Estambul. 


Cinco minutos después empezó a oler a quemado. 


Abrí la compuerta para ver qué ocurría y de ahí salió una humareda de tal consistencia que no me dejaba ver con nitidez qué desastre estaba teniendo lugar en la pequeña tahona incandescente. Tras varias horas de lucha antiincendio, y gracias a la ayuda de 35 extintores de gran capacidad, un equipo de perros bomberos y 54 metros de manguera de elevada termorresistencia, descubrí un potingue que seguía horneándose a pesar de estar ya totalmente churruscado y soltar un hedor de pinzarse la nariz. Aquello fue un revés a mis expectativas teniendo en cuenta la última frase de la receta: Cuando estén listas las magdalenas, resístete un poco a probarlas para que les dé tiempo a enfriarse, aunque será difícil (nosotros nunca lo logramos), el aroma que invadirá la cocina será muy tentador. El olor a quemado invadió el resto del edificio.  

Ocurrió que los moldes se habían doblado por dos de los vértices y la masa se había desbordado, pegándose en el fondo del horno que, goloso como es él, lo chamuscaba pidiendo más y más: "Desde el último bizcocho de yogur no me has dao ná de ná, mala bicha" exigía escupiendo ceniza con una voz infernal. 

Explicación: ni utensilios de baja calidad, ni culpas a terceros. La única chapucera fue la aprendiz de cocinera que puso los moldes en la rejilla en vez de hacerlo encima de la bandeja. Una ocurrencia que no tiene ni pies ni cabeza ni concesión de certificado casa-hogar. 

3 comentarios:

mahria dijo...

Solución: re-mángate y re-magda-elenízate!

A la segunda se queman menos

:)

Anónimo dijo...

Animo bollera!

anux dijo...

Yo nunca he hecho magdalenas, lo que sí puedo decir es q no intentéis hacer una "fondea" de chocolate metiendo onzas de chocolate en el microondas. Se chamusca de tal forma que en cosa de segundos aparece en la cocina una nube de humo que no te deja ni ver el "stop" del micro. Una semana después, el micro sigue oliendo a choc chamuscado.