domingo, 30 de octubre de 2011

De pinchos por Lavapiés

Psé. Solo psé. Así ha sido mi paso por Tapapiés, el primer concurso multicultural de la tapa en Lavapiés. Porque cuando el éxito de ciertos festivales supera toda expectativa, no hay sitio para todos y se agotan las existencias por falta de previsión; entuerto que muchas veces uno descubre después de haber aguantado demasiado tiempo de espera. Y siempre es demasiado cuando hay apetito (¡intransigente!) de por medio.


No cabe ni un palillo 

La masificación de actividades de ocio que se programan en Madrid, hace que a las 14:30 ya estuviera colgado el cartel de "tapa agotada" en la puerta del Asturiano de la calle Argumosa. A esa hora tampoco les quedaban ya vasos de cañas:  ningún problema para los de la mesa 10 que se pasaban a las raciones y seguían la tarde acompañados de varias batallas de sidrina bien escanciada.

Vamos a lo que vamos

Pero muchos visitantes no quieren convertir en normal un día que tenían reservado para la degustación de especialidades. Hoy,  comer de menú o de carta, es decir, salirse del circuito trazado, no entraba en sus planes. Por eso, toman las tapas y disfrutan de ellas a pesar de que, para conseguir una mísera silla donde apoyar sus platos, tengan que agazaparse como un león, acechar su presa, afilar las garras y marcar territorio cubriéndola con una chaqueta. Eso o hacerse con una esquina de la barra para dejar, cual temeraria equilibrista, su copa de cristal.

Uno de los bares que no participa en el festival tiene libres casi todas las mesas de su terraza. Nos explica la camarera con cara de sorpresa: Se asoma gente para preguntar si aquí las tapas son a un euro. Les contesto que no, que no cuestan nada y ¡se van! Voy a empezar a cobrarlas... 

Hasta el día 30

El que no haya podido acercarse a esta feria, tendrá que esperar al 2012 porque hoy se clausuraba con la publicación de la tapa mejor valorada. En la próxima edición, dentro de doce meses, se incorporarán nuevas recetas, se apuntarán más restaurantes a la lista, y espero que hagan un cálculo acertado de las provisiones necesarias para recibir a todos los taperos o tapapieros que se sumen a la próxima propuesta gastronómica.

miércoles, 26 de octubre de 2011

Pequeñas aportaciones para amargar una mañana

¡Alaaaaaa! ¡Qué caravana!
Pero mira, si no se ve ni el final de la cola.
Es increíble. Siempre igual. Fffffffffff.
Venga, conductor por favor, haga algo, lo que sea, pero vaya más deprisa. 
Y ahora, ¿qué coño pasa? ¡Ah!, que se baja alguien.
De verdad, que llego tarde al trabajo. Y luego, ya se sabe.
Pero, ¿te das cuenta? ¡Si hasta nos adelanta una bici!
Esto no es normal. Qué desastre de transporte público. No se puede aguantar. 
La misma canción un día y otro día. Y otro y otro y otro.  ¡Qué asco de rutina!
Bueno, por fin llegamos. 

Menos mal, sí, porque por fin se acababan los quince minutos de monólogo del chico del autobús. ¡Se piensa en silencio! (Y... no vuelvas a leerme la mente).

martes, 4 de octubre de 2011

Verdades categóricas

Las magdalenas son uno de los desayunos y meriendas que se encuentran siempre en todos los hogaresEntonces, ¡¿no vivo en un hogar?! 


Para elevar mi casa a dicha categoría y muriéndome por estrenar seis moldes de silicona, me remangué la camisa y me puse el delantal amarillo pollo dispuesta a pasar la prueba con mis primeras magdalenas. 


De todas las que había en el listado bíblico de tipologías de este bizcochito (que derivaba en unos instrusos cada vez más comunes, las muffins), elegí la magdalena clásica. Reuní los ingredientes y compré más cubiletes, esta vez de papel, para poder hacer al menos doce ejemplares. 


Conseguí la ralladura de cáscara de limón en el tamaño y cantidad deseados. Mezclé la harina, el azúcar, la mantequilla, la levadura y los huevos. Rellené con máxima delicadeza cada recipiente y metí, con todo el cuidado del mundo, uno a uno en el horno. Me relajé, puse un cd molón y me senté en el sofá con una sonrisa de aquí a Estambul. 


Cinco minutos después empezó a oler a quemado. 


Abrí la compuerta para ver qué ocurría y de ahí salió una humareda de tal consistencia que no me dejaba ver con nitidez qué desastre estaba teniendo lugar en la pequeña tahona incandescente. Tras varias horas de lucha antiincendio, y gracias a la ayuda de 35 extintores de gran capacidad, un equipo de perros bomberos y 54 metros de manguera de elevada termorresistencia, descubrí un potingue que seguía horneándose a pesar de estar ya totalmente churruscado y soltar un hedor de pinzarse la nariz. Aquello fue un revés a mis expectativas teniendo en cuenta la última frase de la receta: Cuando estén listas las magdalenas, resístete un poco a probarlas para que les dé tiempo a enfriarse, aunque será difícil (nosotros nunca lo logramos), el aroma que invadirá la cocina será muy tentador. El olor a quemado invadió el resto del edificio.  

Ocurrió que los moldes se habían doblado por dos de los vértices y la masa se había desbordado, pegándose en el fondo del horno que, goloso como es él, lo chamuscaba pidiendo más y más: "Desde el último bizcocho de yogur no me has dao ná de ná, mala bicha" exigía escupiendo ceniza con una voz infernal. 

Explicación: ni utensilios de baja calidad, ni culpas a terceros. La única chapucera fue la aprendiz de cocinera que puso los moldes en la rejilla en vez de hacerlo encima de la bandeja. Una ocurrencia que no tiene ni pies ni cabeza ni concesión de certificado casa-hogar. 

domingo, 2 de octubre de 2011